
1) Según el marco geopolítico dominante en Estados Unidos, una democracia es válida siempre y cuando no ponga en cuestión sus intereseses económicos y estratégicos. Ésta es la lógica que subyace a las operaciones de guerra sucia históricamente desplegadas contra gobiernos democráticos que han desafiado la alianza entre las élites intervencionistas estadounidenses y las oligarquías locales, poniendo en el centro la defensa de la soberanía sobre la riqueza nacional, Los golpes de Estado contra el Gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1954, y contra el de Salvador Allende en Chile, en 1973, son buenos ejemplos de ello.
2) Desde el inicio de la conocida como Revolución Bolivariana en Venezuela, liderada por Hugo Chávez, el establishment estadounidense impulsó en su contra una ofensiva global, secundada por la oligarquía venezolana, que, a lo largo de más de dos décadas, ha empleado todos los métodos de una guerra sucia: campañas mediáticas de desinformación para demonizar a Hugo Chávez y Maduro mientras se ensalza a los líderes opositores; medidas de boicot económico –embargo petrolero, bloqueo de pagos esenciales, robo de las reservas de oro en el Reino Unido…— con el fin de provocar la asfixia económica y el caos social y culpar de ello al gobierno; organización de protestas callejeras, con presencia de grupos violentos, como las de 2014 o 2017, para presentar la ofensiva golpista como un levantamiento popular frente a una dictadura; iniciativas para el aislamiento diplomático; y, por último, intentos de derrocamiento militar, como el golpe perpetrado contra el Gobierno de Hugo Chávez en 2002 o el que se intentó contra Maduro en 2019.
3) En línea con esta estrategia, en el proceso que llevó al triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones del 28 de Julio y a su toma de posesión como presidente, el 10 de Enero, la postura de la oposición antichavista, liderada por María Corina Machado y con Edmundo González como candidato presidencial, estuvo clara desde un principio: los resultados electorales sólo serían reconocidos como legítimos si ganaba Edmundo; si lo hacía Maduro, su victoria sería considerada un golpe de Estado. Y, ya se sabe, acusar a un presidente (o gobierno electo) de ilegítimo o golpista equivale a justificar que pueda ser derrocado mediante un golpe de Estado. Paradojas ideológicas.

Toma de posesión de Maduro como presidente de Venezuela
4) La toma de posesión de Maduro puso de manifiesto el fracaso de la oposición, que se cerró con un cuádruple esperpento: el de Corina Machado lanzando el bulo de su secuestro; el de Edmundo González invocando la legalidad y, al mismo tiempo, defendiendo las sanciones, apelando a la insurrección del Ejército y alardeando del apoyo de Israel; el del expresidente colombiano, Álvaro Uribe, llamando a una intervención militar y, como colofón, el de Trump, elevando la recompensa por la captura de Maduro.
4) Parece obvio, por tanto, que la operación desplegada a lo largo de este tiempo por la oposición venezolana y sus apoyos internacionales para impugnar la reelección de Maduro, sin pruebas fehacientes que demuestren sus acusaciones de fraude electoral, no tiene mucho que ver con la defensa de la libertad y la democracia. En la práctica, como representante de las élites empresariales, dicha oposición tiene como objetivo real –e inconfesable– la toma del poder para imponer un programa que, en línea con las ultraderechas latinoamericanas, contempla la privatización de la gran empresa estatal venezolana, Petróleos de Venezuela, SA (PDVSA), la entrega de las reservas de petróleo, oro y coltán a las corporaciones transnacionales y el realineamiento de Venezuela con Estados Unidos con un status, de facto, semi-colonial. Junto con ello, la persecución de dirigentes chavistas y la represión de las organizaciones populares. Es el neoliberalismo, amigo.

Trump, Edmundo González y Corina Machado
6) Habrá que ver si, después del fiasco, y ante la inminencia de la llegada de Trump a la Casa Blanca, se reactiva la guerra sucia o, por el contrario, se opta por la realpolitik y se acepta que con quien hay que negociar es con el presidente Maduro. Conviene recordar, a este respecto, que en el marco estratégico derivado de la guerra en Ucrania, Estados Unidos se vio obligado a negociar con el Gobierno venezolano para asegurarse fuentes adicionales de petróleo a cambio de suavizar algunas sanciones y que, con este telón de fondo, las cancillerías occidentales se lo han pensado dos veces antes de dar a Edmundo González un reconocimiento análogo al que otorgaron a Juan Guaidó tras su auto-proclamación en 2019 como presidente ‘encargado’ de Venezuela. De momento, sólo tímidos giros de guión.
PD.- No se trata, con lo dicho, de justificar nada. Simplemente, se pretende poner de manifiesto que los amigos de Venezuela no son los que tienen la vista puesta en el petróleo y otras materias primas valiosas, ni los que damnifican el derecho a la información veraz, a ambos lados del Atlántico, con estrategias de desinformación. Una cosa es ejercer la oposición y la crítica, siempre saludables, y otra, practicar la guerra sucia. No es necesario ser chavista para entenderlo.
Deja una respuesta