La monarquía constitucional que encabezó Alfonso XIII (1902-1931) fue, en realidad, un régimen oligárquico y caciquil que cabalgó a lomos del clientelismo y el fraude electoral, amañado en las provincias por los caciques, con el fin de sostener un entramado de poder donde se daban la mano la mayor parte de los dirigentes políticos, los grandes propietarios de tierras, industrias y bancos, los mandos militares y la Iglesia católica. Era un régimen, por tanto, que, por su carácter elitista y plutocrático, albergaba en su seno el germen de su propia caducidad: su incapacidad para canalizar e incorporar en su funcionamiento las demandas populares propias de una sociedad de masas.
Caricatura sobre el fraude electoral publicada en la revista satírica «La Flaca»
La descomposición de este orden político se hizo irreversible tras la conflictividad social y política derivada de la crisis de 1917 y la catastrófica aventura colonial del Ejército en Marruecos. Ante esta situación, Alfonso XIII rehuyó toda solución democrática y optó por salvar el trono, respaldando el golpe de estado del general Miguel Primo de Rivera, que puso fin al régimen “liberal” e implantó una dictadura militar con claras similitudes con el modelo fascista de Mussolini.
La dictadura de Primo de Rivera se fundamentó en los mismos postulados que conformaban el andamiaje del tradicional derechismo español, contenido en el viejo lema carlista “Dios, Patria y Rey”, reformulado como “Patria, religión y monarquía”: monarquía inviolable, estado unitario y centralista, oficialidad de la religión católica, ejército represor y colonialista, marco político restrictivo de las libertades democráticas, organización corporativa de la economía para neutralizar las demandas obreras e intervencismo económico sin cuestionar las lógicas capitalistas. Todo un programa que definía, por contraste, las figuras desestabilizadoras: el republicanismo, el movimiento obrero y el soberanismo interno, fundamentalmente en Cataluña y País Vasco.
El rey Alfonso XIII junto a Primo de Rivera
Durante los primeros años, el régimen primoriverista gozó de una considerable aceptación entre las clases medias, gracias a la etapa de prosperidad y bienestar económico que se vivió en España al compás de los “felices años 20”, que tuvieron lugar en Estados Unidos y Europa Occidental tras la superación de la crisis de postguerra. Sin embargo, la situación comenzó a cambiar a partir de 1926. Las fisuras de un régimen que invocaba el regeneracionismo mientras conculcaba las garantías democráticas comenzaron a aflorar y la oposición anti-monárquica, que incluía a numerosos intelectuales, como Unamuno, Ortega y Gasset y Gregorio Marañón, y estudiantes universitarios, empezó a jugar un creciente papel en pro de un cambio republicano. Con todo, el régimen de Primo de Rivera no cayó hasta que, a partir de 1928-29, los mismos grupos de poder que, en un principio, lo habían avalado, entre ellos el Ejército y el propio rey, le retiraron abiertamente su apoyo.
Primo de Rivera, arrinconado por todos, dimitió el 30 de Enero de 1930, pero la identificación entre el monarca y el dictador quedó grabada a hierro candente en la conciencia colectiva de la sociedad española.
Deja una respuesta