Algunas consideraciones a raíz de que el PP, con Feijóo a la cabeza, reclame al PSOE el Gobierno por ser la lista más votada en las elecciones generales del pasado 23 de Julio:
1) Desde que se constituyó el Gobierno de coalición, las ultraderechas del PP y Vox, fuertemente respaldadas por las plataformas mediáticas afines, lo tildaron de ilegítimo, sometido al chantaje de comunistas, golpistas y filo-etarras, aliado de narco-dictaduras y teocracias y guiado por el objetivo de “romper España”. En este montaje, a Pedro Sánchez le tocó ser el malo de la película y fue señalado como un presidente mentiroso, incompetente, sociópata y “okupa”, capaz de “pactar con quien sea” con el único fin de conservar el poder.
2) Durante el ciclo electoral que desembocó en las elecciones, ambas formaciones, con Feijóo y Abascal a la cabeza, siguieron en la misma línea y no tuvieron el más mínimo pudor en ofrecer como único programa político la entelequia de la “derogación del sanchismo”, en agitar el fantasma de ETA como arma arrojadiza, en mentir de manera escandalosa sobre la economía, las políticas sociales o las pensiones o en sembrar dudas sobre el voto por correo. El uso indisimulado del bulo no pasó inadvertido al electorado progresista, que se movilizó en las urnas impidiendo que Feijóo consolidara el triunfo cosechado en las municipales y autonómicas del 28 de Mayo y obtuviera la mayoría suficiente para formar gobierno.
3) El PP ha llegado al gobierno de numerosos ayuntamientos y comunidades autónomas sin haber sido la lista más votada. Ejemplos palmarios de ello son los de Ayuso en la Comunidad de Madrid , Martínez Almeida en la alcaldía de la capital, Moreno Bonilla en Andalucía, Mañueco en Castilla León o López Miras en Murcia.
Que con este telón de fondo, Feijóo y cabecillas del PP, como los anteriormente mencionados, reclamen que el PSOE se abstenga en la sesión de investidura para que Feijóo sea presidente, con el argumento de que se debe dejar gobernar al partido más votado, no puede ser contemplado más que como un ejercicio de cinismo e hipocresía. Además, casa difícilmente con la naturaleza misma de un régimen parlamentario como es el español.
En un sistema parlamentario, que un partido gane las elecciones no significa que los demás las pierdan. El ganador real es el que logra articular una mayoría que le permita gobernar y, para ello, resulta inevitable dialogar, acordar y pactar. Ésta es la base del parlamentarismo, que aflora claramente en un escenario del que han desaparecido las mayorías, absolutas o suficientes, propias del bipartidismo. Es evidente que la política del repudio, exhibida por Feijóo desde que aterrizó en la dirección del PP, opera como una camisa de fuerza autoimpuesta que le incapacita para el diálogo, el acuerdo y el pacto. Por eso, corresponde a Pedro Sánchez, de nuevo, afrontar el reto político de conformar una mayoría, un reto que, sin duda, se antoja difícil y complejo, pero que también puede abrir una nueva oportunidad para avanzar en derechos sociales y superar el conflicto territorial.
La idea de que el gobierno de la nación debe recaer en la lista más votada, que el PP sólo defiende cuando gana las elecciones, supone, en la práctica, la anulación del derecho a una oposición alternativa y, por tanto, la negación misma del régimen parlamentario como sistema representativo de la soberanía popular. En caso de no conseguir la investidura de Feijóo, el objetivo del PP está claro: deslegitimar cualquier gobierno basado en pactos y acuerdos que no sea el suyo.
Feijóo no será presidente, pero “el dinosaurio seguirá ahí”, como diría Augusto Monterroso, con fuertes anclajes en posiciones de poder. Sin embargo, no estará “okupando” el Palacio de la Moncloa en función del mensaje democrático emitido por las urnas.
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