Escribí este artículo en 2007, a propuesta de mi amigo Antonio Lozano, autor de la novela «El Caso Sankara», con motivo del 20 aniversario del asesinato de Thomas Sankara. Al final, añado una reseña sobre la situación política de Burkina Faso desde entonces. Lo que se dice, sigue siendo válido hoy.
ARTÍCULO ESCRITO EN 2007.
La historia no ha reservado el lugar que merece a la figura de Thomas Sankara. Su principal labor se concentra en los cuatro años, 1983-1987, en que fue presidente de Burkina Faso, antiguo Alto Volta, un país ignorado e integrado en un continente, África, apenas conocido más allá de las imágenes ligadas a la miseria y la guerra que brindan, de vez en cuando, los medios de comunicación. Sin embargo, su acción política, a despecho de servilismos y dependencias, lo convierten en un referente africano y mundial de la lucha por los derechos humanos.
Todo 15 de Octubre se cumple el aniversario de su asesinato, objetivo inicial del golpe de estado urdido por su antiguo compañero de armas, Blaise Campoaré, que todavía, en el momento de escribir estas líneas, ostenta la presidencia del país.
A partir de la investigación impulsada por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, a instancias de la denuncia del colectivo jurídico internacional “Justicia para Sankara”, interpuesta en 1997 en nombre de la familia Sankara, no han quedado dudas de que la muerte de Sankara fue un asesinato político inmerso en un complot internacional (la CIA, los servicios secretos franceses, el Gobierno de Costa de Marfil…) cuyo objetivo era acabar con las políticas sociales implementadas por Sankara y sustituirlas, bajo la presidencia de Campoaré, por los “programas de ajuste” impulsados a la sazón en el mundo por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El sistema es implacable con los desobedientes.
Thomas Sankara protagonizó el 4 de agosto de 1983, junto con Blaise Compaoré, un movimiento cívico-militar que gozó de la cobertura activa de un grupo de oficiales progresistas, el respaldo de las principales organizaciones de izquierda y el empuje de un levantamiento popular que reclamaba el fin de su arresto por disidencias políticas con el entonces presidente, Jean Baptiste Ouedraogo.
Cuando Thomas Sankara llegó a la presidencia del país, Alto Volta era un país herido por la desertización, desamparado ante el empobrecimiento, condenado al analfabetismo, expuesto a las enfermedades infecciosas, vulnerable a la demanda de brazos baratos de los países vecinos, asolado por la corrupción y encadenado a la deuda externa. Era el precio pagado por la persistencia de los lazos coloniales.
Thomas Sankara impulsó una acción política que abrió procesos judiciales por corrupción contra oficiales del ejército y funcionarios del Estado, distribuyó tierras entre los campesinos, creó numerosos mini-embalses para el desarrollo de la agricultura y la ganadería y la erradicación de la subalimentación y las hambrunas, estableció medidas protectoras para la producción local, aplicó proyectos de reforestación a gran escala, puso en funcionamiento los “comandos de vacunación”, con ayuda de voluntarios llegados de otros países, para implementar programas de inmunización masiva, fundó centenares de escuelas rurales, dictó leyes contra la ablación y la poligamia, propició el uso de anticonceptivos, favoreció la incorporación de las mujeres a los más altos cargos de la administración del país y rechazó todo tipo de ayuda al desarrollo que alimentara actitudes asistenciales.
El nuevo nombre que dio Sankara al país fundiendo dos palabras de sus lenguas mayoritarias, la mossi y la diula, Burkina Faso–La tierra de los hombres íntegros-, resume los objetivos de su lucha.
Pero la revolución de Sankara activó los sensores reaccionarios de los organismos financieros internacionales –Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial- y de la Francia de Mitterrand, que le cortaron el acceso a los créditos necesarios para su programa.
Una vez en el poder, Blaise Campoaré terminó con la experiencia socializante de su antiguo compañero e impuso un nuevo régimen en el que se hizo valer como «hombre fuerte» mimado por París y Washington y alumno aventajado del BM y el FMI, cuyas recetas de ajuste neoliberal aplicó en un marco de represión política. El resultado fue que el país volvió a hundirse en los rankings mundiales de desarrollo humano.
El asesinato de Thomas Sankara debe entenderse como un magnicidio, equiparable al de otros líderes africanos como Patrice Lumumba o Amílcar Cabral, que evidencia el empeño de los fuertes en abortar cualquier ejemplo emancipador que pueda ser interpretado como un desafío a su hegemonía. En el contexto del África Subsahariana, la figura de Thomas Sankara encarna, como la de Lumumba o Cabral, la aspiración de las poblaciones sometidas al yugo neocolonial a la soberanía democrática y la distribución justa de la riqueza. Por ello, a pesar de los años transcurridos después de su muerte, continúa siendo un referente de la memoria colectiva africana, que no duda en recordarle como el Che Guevara negro.
RESEÑA AÑADIDA AL ARTÍCULO (2022)
Blaise Campoaré se mantuvo en la presidencia del país hasta 2014, en que fue derrocado tras una masivo y fulminante levantamiento popular que se saldó con la fuga del mandatario a Costa de Marfil.
Desde entonces, la historia de Burkina Faso ha venido marcada por el conflicto entre la revolución de Sankara y la “rectificación” de Campoaré. A este conflicto ha venido a añadirse en los últimos años la tragedia provocada por la guerra entre el Estado burkinés y las fuerzas que nutren el yihadismo islámico, que asolan la llamada “zona de las tres fronteras” del Sahel, siendo los otros países afectados Malí y Níger.
En este contexto de profunda crisis, han tenido lugar durante el presente año dos golpes de estado, que han puesto nuevamente en evidencia el protagonismo del ejército en las crisis políticas. El pasado 31 de Enero, el presidente Roch-Marc Christian Kaboré fue derrocado por Paul Henri Damiba y, tan sólo ocho meses después, éste volvía a ser destituido por un grupo de militares dirigidos por el capitán Ibrahim Traoré.
Esta situación, sin embargo, no ha impedido que Blaise Campoaré y sus inmediatos colaboradores hayan sido juzgados por un tribunal militar burkinés, que, el pasado Abril (2022), dictó sentencia condenando a los acusados por el crimen contra Sankara a distintas penas, entre las que destaca la del propio Campoaré, aún bajo la protección del Gobierno de Costa de Marfil, y dos de sus hombres de confianza, Gilbert Dienderé y Hyacinthe Kafando, condenados a perpetuidad. Es, sin duda, una sentencia de gran valor histórico, pero circunscrita a la parte local de la trama criminal. La instrucción de la dimensión internacional de la misma sigue en punto muerto y, por tanto, el combate por la verdad y la justicia aún no ha cesado.
En Burkina Faso, de momento, la memoria mantiene vivo el sueño de Sankara.
Francisco Jesús García dice
Fascinantes tanto el artículo de 2007 como la actualización.
De imprescindible lectura para los eurocentristas.
El mundo es mucho más amplia que las caderas de la vieja Europa