La especie humana pertenece al grupo general de los grandes primates africanos. Fue en África donde el conjunto de especies agrupadas bajo el género Homo evolucionaron a partir de un antecesor común de chimpancés, gorilas y humanos. La historia comenzó hace unos 6 millones de años cuando, en uno de los ciclos más gélidos del período climático glaciar, iniciado hace 10 millones de años, las selvas tropicales retrocedieron en favor de la sabana, obligando a muchos grupos de simios a abandonar la vida arbórea y aventurarse a vivir en campo abierto, aislándose genéticamente de los que continuaron en el bosque. La adquisición de la posición erguida sobre dos pies, que amplía el campo visual, fue la fórmula adaptativa a los nuevos ecosistemas, en los que había que cuidarse de los depredadores para conseguir el alimento. Las especies agrupadas con el nombre de australopitecos fueron las primeras en caminar de pie y el género Homo surgió cuando en poblaciones de estos pre-homínidos los cerebros crecieron desproporcionadamente. A partir de ese momento geológico, la amplia lista de especies de homínidos comenzaron a poblar la tierra.
El pie fue la primera parte de la anatomía humana que llegó a ser moderna, la base sobre la que se asentaron los cambios evolutivos posteriores. La posición erguida liberó las manos de la locomoción, permitió la fabricación de instrumentos y, con ello, el desarrollo del cerebro. Gracias al cerebro, cada vez más grande y complejo en el transcurso de la evolución, la capacidad para fabricar herramientas y utensilios y transmitir conocimientos y tradiciones tomó el lugar de pieles, garras, colmillos e instintos heredados para la búsqueda de alimento y protegerse de la interperie, propiciando la adaptabilidad a condiciones climáticas y medioambientales cambiantes y, a la postre, la supervivencia y la multiplicación del género humano.
Tras la extinción de los australopitecos, hace alrededor de 2 millones de años, los homínidos iniciaron el proceso evolutivo por el que dejaron de ser recolectores cazados a ser recolectores cazadores. En este proceso, el hacha de mano realizado mediante la talla en piedra fue el instrumento más significativo de toda la etapa conocida con el nombre de Paleolítico. Desde que el llamado homo habilis fabricó las primeras formas del hacha de mano, simples cantos tallados para obtener un filo cortante para el despiece de la carroña, su uso, análogo al de los machetes de hoy en día, se mantuvo durante un millón de años, en África, Asia y Europa, en las distintas especies de homínidos (homo ergaster, h. erectus, h. heidelbergensis, h. antecessor…), muchas de ellas contemporáneas en el tiempo, hasta llegar, en continua evolución técnica, al homo sapiens neanderthal, que, especialmente adaptado al frío glaciar de la Edad del Hielo, no pudo superar la prueba de la selección natural, y al homo sapies-sapiens, el ser humano moderno.
El perfeccionamiento técnico del hacha de mano a lo largo de milenios de evolución permitió que las prácticas carroñeras, propias de los australopitecos y el homo habilis, dieran paso a las propias de la caza. El consumo de carne, grasas y médula, procedentes de la misma, constituyeron una fuente adicional de calorías que permitió liberar energía desde el estómago al cerebro. Sin embargo, no fue hasta que el control del fuego, obra del homo erectus, hizo posible cocinar los alimentos y, consiguientemente aumentar los nutrientes de los mismos y diversificar la dieta con sustancias no comestibles en su estado natural, que la evolución no dio el salto definitivo hacia la especie humana actual.
Más allá de su valor culinario, el control del fuego fue, sin duda, el primer gran paso en la emancipación humana de las servidumbres del medio ambiente. Gracias al control del fuego los seres humanos pudieron iluminar la noche, protegerse del frío, penetrar en las regiones templadas y aún en las árticas, explorar los lugares recónditos de las cavernas para poder cobijarse o ahuyentar la amenaza de los depredadores. Al “domesticar” el fuego, los humanos dominaron una fuerza física poderosa y un destacado agente químico. Fue la primera vez en la historia en que una criatura de la naturaleza pudo gobernar una de las grandes fuerzas naturales. Encendiéndolo y apagándolo, transportándolo y utilizándolo, guardando y preservando las llamas, los seres humanos se distanciaron definitivamente de la conducta de sus hermanos primates y del resto de los animales.
Junto al fuego, la vida social se hizo cada vez más compleja, lo que explica el aumento del tamaño del cerebro. La vida comunal organizada en torno la caza mayor, que requería la cooperación de los miembros del grupo, y a la cocina, regida por el principio de la reciprocidad en el reparto del alimento, propiciaron el nacimiento de ritos y comportamientos, como la risa, la danza y la música, que activaban las endorfinas cerebrales necesarias para mantener la unidad del grupo y, consecuentemente, para cimentar la civilización en la empatía. Todavía hoy, cocinar, comer, cantar y bailar juntos constituye un elemento fundamental para enriquecer las relaciones humanas. La ayuda mutua que trajo la inteligencia actuó en beneficio de la conservación del género humano.
El período en el que aparece el ser humano moderno fue precedido de una gran glaciación que duró 100.000 años y tuvo su máxima extensión de hielo hace alrededor de 20.000. La expansión del manto glaciar hizo retroceder el mar, liberando zonas costeras con un clima más templado, que fueron utilizados por los grupos de recolectores-cazadores para enriquecer su dieta con los “frutos del mar” que encontraban en las rocas durante las mareas bajas. Incorporando a la dieta los ácidos grasos (Omega 3) que se encuentran en crustáceos y pescados azules, como salmones y sardinas, que viven en aguas frías, los circuitos cerebrales se alteraron en favor de la inteligencia y la creatividad.
Los nuevos nutrientes procedentes del mar fueron decisivos para que los seres humanos desarrollaran la capacidad exclusiva que les distingue del reino animal: la utilización de símbolos para razonar, comunicarse y crear. La posibilidad de unir símbolos mediante el lenguaje permitió transmitir los aprendizajes y experiencias colectivas del grupo de generación en generación, dando lugar a las tradiciones, tejer organizaciones sociales más amplias y complejas que con las comidas comunales, innovar conocimientos y técnicas, desarrollar la espiritualidad y crear manifestaciones artísticas.
El proceso de hominización, por tanto, fue un continuo proceso de acumulación de conocimientos y aprendizajes obtenidos mediante la observación y la experiencia. A lo largo del mismo, los humanos aprendieron (o debieron aprender necesariamente) a distinguir entre plantas nutritivas y venenosas, a identificar las épocas más propicias para recolectar frutos silvestres, huevos, miel o pequeños animales, para la cacería de las diversas presas y para atrapar peces en mares y ríos, a seleccionar las mejores piedras para fabricar herramientas, a investigar las propiedades de distintas materias primas, como el marfil, la madera o el hueso, para la elaboración de utensilios adaptados a usos particulares, a idear mecanismos para aumentar la fuerza muscular, como refleja la invención del arco, quizás la primera máquina de la historia humana, a inventar símbolos y códigos comunes que pudieran ser comprensibles por todos los miembros de una misma comunidad, a cooperar entre sí para garantizar la subsistencia o, algo fundamental, a organizar los cuidados necesarios, dentro de un estilo de vida nómada, para la protección de la infancia, indefensa y totalmente dependiente en sus primeros años de vida en virtud de las peculiaridades reproductivas del sexo femenino derivadas de la posición erguida, peculiaridades que otorgan una dimensión social, específicamente humana, a la esfera de los cuidados de la infancia, lo que explica, por otra parte, la división del trabajo para la provisión común de alimentos entre hombres cazadores y mujeres recolectoras. Todo ello pone de manifiesto que, para sobrevivir, las sociedades de cazadores-recolectores-pescadores, hombres y mujeres, dispusieron de un conjunto considerable de conocimientos geológicos, botánicos y zoológicos que, transmitidos de generación en generación durante milenios, establecieron los fundamentos de la ciencia, el arte y la vida comunitaria.
Sin duda, uno de los aspectos más sorprendentes de las culturas de la etapa superior del Paleolítico, con el homo sapiens-sapiens como único superviviente, es la actividad artística de los recolectores-cazadores. Tallaron figuras redondeadas en piedra o en marfil, modelaron animales en arcilla, decoraron sus armas con dibujos representativos y formales, ejecutaron bajorrelieves en las paredes roca de las cavernas donde se guarnecían y grabaron o pintaron escenas en los muros de las cuevas.
De esta actividad artística del Paleolítico superior cabe destacar las figuritas conocidas como “venus”, la mayor parte descubiertas en Europa, las pinturas rupestres que representan animales aislados y las que lo hacen con escenas donde aparece la figura humana. Aún teniendo un mérito artístico indudable, estas manifestaciones artísticas, como señalamos a continuación, no tuvieron como finalidad el goce estético.
Las venus son pequeñas esculturas femeninas, talladas en piedra o en marfil, con los cuerpos excesivamente gruesos, los rasgos sexuales claramente exagerados y el rostro casi sin tallar. Parece evidente que estas figuras tuvieron un valor mágico, seguramente como amuletos de la fertilidad, poseedores del poder generador de la mujer para asegurar la reproducción de la vida y garantizar el suministro de alimentos a la comunidad.
Las pinturas de animales individuales, cuyos máximos exponentes se encuentran en la zona franco-cantábrica (Norte de España y Sur de Francia), con ejemplos emblemáticos como las Cuevas de Altamira y las de Lascaux, son también representaciones que evidencian un carácter mágico: están situadas, generalmente, en las depresiones profundas de las cavernas de piedra caliza, donde no podía penetrar la luz del día y el acceso era difícil; para ejecutarlas el artista, hombre o mujer, tenía que adoptar, frecuentemente, las posturas más incómodas, tendido de espaldas o encaramado sobre alguien y, por supuesto, tendría que trabajar con una confusa luz artificial, obtenida, seguramente con lámparas de piedra; y están realizadas con una factura naturalista fiel análoga al impresionismo fotográfico. A la luz de estas consideraciones, no es difícil colegir el propósito mágico de estas manifestaciones, a buen seguro, el de asegurar la caza de los animales mediante la representación fiel e individualizada de los mismos. Sin duda, las pinturas eran elaboradas por artistas-magos, especialmente entrenados, aunque difícilmente liberados de la participación en la búsqueda activa de alimentos para el grupo, en virtud de la poderosa capacidad de observación requerida para representar, de memoria, los animales en sus diversos comportamientos naturales.
Las pinturas que representan escenas del modo de vida de las sociedades de cazadeores-recolectores, con ejemplos significativos en el Sur de África, en el Sahara y en el Este de la Península Ibérica, posteriores a la Edad del Hielo, evidencian una tradición social diferente. Seres humanos y animales se agrupan en escenas en las que el o la artista ya no trató de retratar o siquiera sugerir a seres individuales, sino dibujar reduciendo las figuras a sus líneas esenciales para ser reconocidas. Fueron también artistas-magos , hombres o mujeres, los que descubrieron y explotaron el poder de la representación ideográfica, sirviéndose de la estilización y el esbozo y omitiendo las peculiaridades individuales para, de esta forma, muy probablemente, multiplicar los beneficios de la caza, la recolección y las prácticas rituales vinculadas a las mismas en el mundo real.
Fue en las playas del Sur de África donde comenzaron a integrarse todos estos elementos, surgidos en el transcurso de la evolución, hasta desembocar en la formación de la especie humana actual, tras las diversas modificaciones genéticas derivadas de los distintos modos biológicos y culturales de adaptación a los cambios ambientales que jalonaron la historia geológica de la Tierra en los últimos 10 millones de años. Fue en África donde el cerebro fue capaz, por primera vez en la historia de la humanidad, de hacer frente a las demandas sociales cada vez más complejas, integrando toda la cultura inventada en el camino evolutivo.
África fue la cuna de la humanidad. Desde allí, la humanidad se extendió por el conjunto del planeta, dando lugar al arcoiris de culturas y sociedades que hoy es el género humano. Añado una reflexión: Al poner la vista en África en este período histórico, el más extenso cronológicamente de la historia de la humanidad, construimos también memoria, porque la Historia, como relato y como ciencia, incluye el derecho a recordar y a ser recordado.
A MODO DE CONCLUSIÓN: Actualmente viven 370 millones de personas en el seno de poblaciones indígenas, es decir, de poblaciones originarias del espacio habitado antes de que llegasen ocupantes foráneos que ahora constituyen la sociedad mayoritaria y dominante. El 40% vive en sociedades tribales, según estilos de vida análogos a los de las sociedades sin escritura de la Prehistoria humana. Hay sociedades de cazadores-recolectores, de agricultores y de pastores nómadas, sin que estas diferencias tengan un valor absoluto, Los yanomamis, por ejemplo, que viven en las cuencas del Amazonas y el Orinoco, practican, junto a la caza y la recolección, una agricultura basada en la rotación periódica de los huertos para, de esta forma, impedir el agotamiento del suelo selvático.
La diversidad cultural es amplísima. Hay pueblos indígenas con un modo de vida basado en la caza y la recolección en los cinco continentes: en zonas árticas, como los inuits que viven en el extremo norte de América, en zonas áridas, como los bosquimanos del Kalahari o los aborígenes australianos, en las selvas y praderas de la Amazonia y el Orinoco, como los yanomamis, en áreas tropicales, como los indígenas del Chaco americano, en las costas del Caribe y del Pacífico, en América Central, Norteamérica, el Sudeste asiático y en África occidental y central. Todas ellas atesoran la sabiduría ancestral que aporta la vida en comunidad y en estrecho hermanamiento con el medio ambiente; pero también viven bajo la amenaza de la extinción, no como resultado de evolución alguna, sino por el efecto destructor del capitalismo depredador, sin escrúpulos para apropiarse de sus tierras y recursos naturales, desplazar forzosamente a poblaciones enteras de sus asentamientos tradicionales y recurrir al asesinato selectivo o al exterminio directo, todo ello en beneficio de poderosas oligarquías económicas, cuyo modus operandi se fundamenta en el saqueo sistemático de los bienes comunes. Hablaremos de ello.
Convendría destacar, además que, más allá de los mundos indígenas, vivimos en una “modernidad” en la que millones de personas, desposeídas de las necesidades más elementales, viven, sobreviven y mueren en condiciones mucho más precarias de las propias de las sociedades de cazadores-recolectores, Parece mentira, pero es así. De ahí que quepa preguntarse, sobre el legado transmitido por las mismas al mundo moderno actual. ¿Sería capaz el “urbanita” de hoy de sobrevivir en las mismas condiciones en que pudieron hacerlo los cazadores de mamuts o de bisontes? ¿No están siendo aniquiladas en el mundo industrializado, terciarizado, urbanizado y consumista aquellos valores básicos que hicieron posible el éxito del ser humano, la empatía y la ayuda mutua? ¿No estará propiciando el individualismo rampante, la idiotización cultural, la permanente hostilidad o la pasión por tener, en detrimento de querer ser, una involución en términos de especie?
Una simple consideración a este respecto: en los chimpancés, el rito de despiojarse es fundamental para conservar la unidad del grupo. En las comunidades humanas esta función la cumple la risa en común. Ésta libera las endorfinas necesarias para generar empatía grupal. ¿Dónde está la risa en la sociedad actual? ¿Encapsulada en los medios de comunicación? ¿Criminalizada por la cultura judeocristana que ve más virtud en el sacrificio que en el placer? Sin duda, es el impacto de esta sociedad competitiva, en la que todos quieren ganar pero la mayoría pierde, el que dificulta el ejercicio natural de la empatía, condición esencial para que, liberados de la carga muerta del conservadurismo, los seres humanos puedan vivir en las condiciones idóneas para alcanzar la felicidad social, objetivo básico de todo anhelo emancipador.
La empatía, también tiene una dimensión histórica. Me refiero ahora a la empatía hacia quienes nos precedieron y nos legaron, desde la fabricación del primer hacha de mano, los fundamentos de la técnica, la ciencia y el bien común.
EPÍLOGO: Hasta la construcción de santuarios en torno al fuego, todos los humanos habían sido nómadas. La decisión de empezar a asentarse fue probablemente la causa de la revolución agraria, no su efecto. Permitió que grupos de recolectores-cazadores conocieran las propiedades de plantas y animales silvestres con los que estaban en estrecho contacto e iniciaran el proceso de domesticación. Será el objeto de un próximo post.
Este post es, en gran parte, deudor de las investigaciones realizadas por Gordon Childe, maestro de maestros en el estudio de nuestros ancestros, Mark Aguirre y Stephem Corry
Jose Luis dice
Interesante su analisis, y pregunto por la innovaciones tecnológicas en la historia humana, cuando un descubrimiento es mérito del grupo al que pertenece o solo de su creador y tambien considerado una ventaja en la conquista o defensa del territorio frente a otros grupos.. En definitiva ¿el progreso lleva consigo el aniquilamiento de otras pequeñas sociedades menos tecnologizadas en la historia?
Josefina Paulino dice
Los socialistas hemos defendido que el programa de I+D de la Union Europea sea mas social y cercano a la ciudadania, por lo que hemos votado favorablemente el informe sobre el Reglamento que establece el Programa Horizonte Europa y sus reglas de participacion y el de la decision por la que se ejecuta el programa especifico. Celebramos que se haya dado un nuevo enfoque al Programa y que los logros defendidos por los socialdemocratas se hayan introducido en el informe. El genero se ha incluido como objetivo operativo y se ha creado una linea presupuestaria propia en el cluster de sociedades inclusivas; las ciencias sociales y humanas recuperan un presupuesto especifico; el clima, los sectores creativos, la salud y la economia azul tambien han sido reforzados. Los socialistas espanoles hemos luchado para recuperar el programa de investigacion e innovacion para las pymes, que estaba fuera de la propuesta de la Comision Europea. No obstante, recordamos la necesidad de un apoyo mayor para la agricultura. Si queremos que esta sea sostenible hay que apoyarla firmemente desde la innovacion, por lo que seguiremos defendiendo este y otros puntos en las negociaciones con el Consejo y la Comision.