Las palabras, blancas, rojas y verdes, vuelan, buscan, escudriñan. Encuentran una razón que las acoge, las pronuncia, las reparte, y las grita, cediéndoselas al viento para que sorteen alambradas, se cuelen en los hogares, perforen los muros y, convertidas en bisturís, socaven los cimientos porosos del despotismo y la codicia. Frente al desafío, el afán de dominio, desnudo, pretende cubrir su desnudez con la hipocresía. ¡Qué otro remedio le queda! Su desgracia es desconocer que su escondite solo puede reservarle una agónica asfixia. Las palabras, blancas, rojas y verdes, siempre renacen, dispuestas a abrir todas las compuertas.
Deja una respuesta