La decisión de los gobiernos de Alemania, Estados Unidos y España, tomada la pasada semana, de enviar carros de combate al frente en Ucrania, ha sido presentada por las cancillerías de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea como necesaria para ganar la guerra a Rusia. No parece una justificación verosímil. Rusia es la segunda potencia militar del mundo, dispone de 6.000 ojivas nucleares y, por tanto, el relato que asocia el fin de la guerra con su derrota en el campo de batalla resulta ilusorio.
La venta de armas a Ucrania obedece, sin duda, a otro interés, que es el de prolongar la guerra. Ni los tanques de hoy, ni los cazabombarderos en lista de espera, ni los artefactos que vaya pidiendo Zelenski por televisión, como agente de la OTAN y redactor jefe de los medios occidentales, suponen mayores posibilidades de victoria. Lo que hacen es alimentar la escalada, convertida en objetivo en sí mismo. ¡Es el negocio, amigo!
La guerra en Ucrania no podrá terminar si no es por un alto el fuego seguido de unos acuerdos de paz que definan la relación de vecindad entre Rusia y Ucrania y establezcan un nuevo marco de seguridad en el continente europeo, para lo cual deberán contar con el refrendo de Estados Unidos, Reino Unido, la Unión Europea, la OTAN y, también, China. En este escenario, la demanda rusa de que Ucrania no forme parte la OTAN constituye un punto de partida que se antoja ineludible.
Si la OTAN y los gobiernos de la Unión Europea, con Estados Unidos a la cabeza, mantienen cerradas las vías de la diplomacia y siguen empecinados en la guerra no es porque la agresión rusa haga de la guerra una fatalidad inevitable, sino porque esa es su voluntad política. Y esa es su voluntad política porque hay intereses de fondo, geoestratégicos y económicos, que se imponen como una ley no escrita (Hablamos de ello en el post «Guerra EN Ucrania» de este blog). En este marco, gana Estados Unidos, que refuerza su liderazgo dentro del bloque occidental, gana la industria armamentística, con el aumento del gasto militar y el suministro de armas a Ucrania, ganan las grandes compañias que inflan los precios para enriquecerse y ganan los prestamistas que hipotecan el futuro de Ucrania otorgándole créditos para que compre armas. Al mismo tiempo, como el reverso de una misma moneda, pierden las poblaciones civiles, que pagan con destrucción, muerte y empobrecimiento la negligencia de los gobernantes de no hacer nada por la paz. Y todo ello, mientras que las plataformas políticas y mediáticas occidentales persisten en el cierre de filas en torno a un relato de la guerra en el que Estados Unidos, la OTAN y la UE juegan, frente a la amenaza rusa, el papel de salvadores de la nación ucraniana y la democracia. La misma lógica, dicho sea de paso, que impera en el relato del Kremlin, salvo que, en este caso, se invierten los términos: es la OTAN la que amenaza y Rusia la que no ha tenido más remedio que desplegar una «operación militar» en Ucrania para defenderse y salvar a la población rusófona del Este del país.
En estas circunstancias, no se puede descartar que el rechazo a la guerra que existe en la sociedad cristalice en un movimiento social que impugne el lenguaje de las armas, incluyendo la propaganda, y presione en favor del uso de una diplomacia pacifista que ponga fin a la situación bélica.
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