En teoría, la libertad de prensa es un pilar fundamental de las democracias occidentales. En la práctica, bajo el control de las grandes corporaciones mediáticas, se convierte en propaganda cuando hay que dejar claro quiénes son los “buenos” y quiénes los “malos”. Los “buenos” son aquellos que se someten a la disciplina occidental; los malos, los que la desafían. No son los valores éticos los que dictan tal distinción, aunque sirvan de tapadera, sino los intereses geoestratégicos, de los que el poder mediático es juez y parte. Al fin y al cabo, Occidente, con Estados Unidos al frente, es un bloque geopolítico que necesita del estado de guerra para autocelebrarse como el bien frente al “enemigo”. En este juego, las identidades asignadas desde Occidente pueden variar en función de las circunstancias: el gran estadista de ayer puede devenir en un sátrapa hoy y el terrorista del pasado puede convertirse en un rebelde moderado o un luchador por la libertad.
El pasado domingo, 27 de Noviembre, coincidiendo con la tregua pactada por el Gobierno israelí y Hezbolá en el Líbano (¡qué casualidad!), los milicianos del denominado Organismo de Liberación del Levante (Hayat Tahrir al Sham) pusieron en marcha, desde su “feudo” en la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria, una ofensiva militar que concluyó el 8 de diciembre con la toma de Damasco y el derrocamiento del presidente Bashar al-Ásad. Con la caída del régimen baazista se consumó un proceso que se inició en marzo de 2011 con las protestas que tuvieron lugar en Siria en el marco de las primaveras árabes. La represión de las mismas derivó en una guerra civil, donde el enfrentamiento entre numerosos grupos (Ejército Libre Sirio, la organización kurda Partido de la Unión Democrática, grupos yihadistas como Daesh, acrónimo árabe del Estado Islámico, y Frente al Nusra y Ejército sirio) y la intervención de potencias extranjeras, como Estados Unidos, Rusia, Irán o Turquía, convirtieron Siria en un campo de batalla geopolítico. Con la toma del poder por la milicia Hayat Tahrir al Sham (HTS) se inicia una nueva etapa, llena de incertidumbres.
Como indica Pascual Serrano, la milicia HTS es una rama de Al Qaeda. Su líder, Abu Mohammad Al Jawlani, combatió en las filas de la organización yihadista en Irak contra Estados Unidos y, en 2012, creó Jabhat al Nusra, la franquicia de Al Qaeda en Siria. En 2016, Al Jawlani disolvió Al Nusra y, junto con otros grupos yihadistas, fundó HTS. En el momento de escribir estas líneas, no ha sido revocada la orden estadounidense de busca y captura de Al Jawlani por terrorismo.
Al Jawlani, proclamando el triunfo en la Mezquita de los Omeyas en Damasco
Ante este panorama, la mayoría de los medios de comunicación occidentales han cerrado filas en torno al viejo relato de “buenos y malos”. Después de 13 años en los que la guerra en Siria apenas mereció la atención de dichos medios, el presidente Bashar al-Assad es presentado como el tirano sin escrúpulos que merecía ser derrocado, y quienes antes eran tildados de sanguinarios terroristas, nada menos que los herederos de los que organizaron los atentados del 11S en New York y del 11M en Madrid, han pasado a ser “fuerzas rebeldes” que luchan por la libertad. En el fondo, a ojos occidentales, el pecado real de al-Assad no fue el de haber ejercido una dictadura, sino el de haber presidido un régimen apoyado por Rusia e Irán y aliado de Hezbolá en el Líbano. Y, ante esta realidad, lo que toca es hacer la oportuna campaña para blanquear a los viejos terroristas. “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
En realidad, el desmoronamiento del régimen sirio forma parte de un proyecto de reconfiguración geopolítica de Oriente Medio, en beneficio de Estados Unidos e Israel, donde el enemigo a batir es Irán. La toma del poder por los islamistas no puede considerarse, por tanto, una victoria popular, como sugieren los noticiarios. Como dice Rafael Poch, tal toma del poder “ha sido posible tras más de diez años de sanciones occidentales, guerra civil con centenares de miles de muertos y varios millones de refugiados y total asfixia económica, agravada en los últimos años por una ocupación militar que restó al régimen sus principales recursos petroleros y alimentarios”.
No se trata, con lo dicho, de defender a Al Asad, sino de reivindicar la objetividad frente a la propaganda hipócrita, con el fin de contribuir a que prevalezca el derecho a la información veraz en el tratamiento de los conflictos como paso necesario para su superación.
En el encabezado, fotografía de Firas Makdesi de la agencia Reuters, tomada de france24.com
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