La derecha española de ámbito estatal no puede entenderse si se hace abstracción de su parentesco con la dictadura franquista. Las raíces franquistas del Partido Popular están en su propio núcleo fundacional, Alianza Popular, la coalición fundada por Manuel Fraga Iribarne y otros ex-ministros de Franco para integrar en la Transición las aspiraciones e intereses vinculados con el franquismo.
Franco puso a Fraga, Fraga puso a Aznar y el mandato de éste marcó la hoja de ruta que desembocó en Feijóo y Abascal. Tras los gobiernos de Felipe González (1982-1996), el PP de Aznar pretendió imponer en el país la agenda neoliberal y, en paralelo, reactivar el “nacionalismo español de cruzada” para usarlo como bastión identitario frente a los nacionalismos internos y, sobre todo, frente a la mayoría social progresista, existente entonces en el país. Agenda neoliberal, es decir, pelotazo económico, y guerra ideológica, las dos caras de una misma moneda que hoy encarnan el PP de Feijóo y la formación de Abascal.
El franquismo sobrevive, por tanto, en la derecha española. Los enemigos no han variado: rojos, separatistas y demás gente de mal vivir. Franco pretendió acabar con ellos a sangre y fuego. Aznar y sus sucesores, sacando a pasear, “sin complejos”, los viejos fantasmas. Este vínculo con el franquismo es el que permite hablar de “las ultraderechas” al referirse al PP y Vox y el que explica que, en la campaña electoral recién concluida, ambas formaciones no hayan tenido problema alguno en apostar, “sin complejos”, por el estilo trumpista de hacer política, cuyo fin no es el debate de ideas y proyectos, sino desacreditar al adversario a través del uso estratégico de la mentira y la difamación. Así de claro.
Esto no va de bandos, sino de democracia. Por eso, voto.
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