
El pasado 17 de mayo, Israel no solo participó en la final del festival de Eurovisión con una canción que apelaba a la llegada de un nuevo día — mientras el Ejército israelí seguía sembrando la muerte y la devastación en Gaza — . También lo hizo desde la posición de poder que le otorga el patrocinio del festival a través de una de sus empresas, Moroccanoil.
Como ya ocurrió en 2024, la Agencia de Publicidad del Gobierno de Israel desplegó una campaña digital para impulsar el voto a favor de su representante, Yuval Raphael. Para el Estado israelí, un espectáculo musical que, oficialmente, invoca el “apoliticismo” y la neutralidad conforma el escenario ideal para ser utilizado como plataforma propagandística.
En este país, las derechas proisraelíes se movilizaron en redes sociales para otorgar la máxima puntuación en el televoto a la canción israelí, no para premiar su calidad artística, sino con el ánimo de utilizar el buen resultado de Israel como arma arrojadiza contra el Gobierno de Pedro Sánchez.
Parece que a las derechas ultramontanas — PP, Vox y sus altavoces mediáticos — les inquietan más los casos de Begoña Gómez, David Sánchez o del Fiscal General del Estado — burdos montajes mediáticos y judiciales para desgastar al Gobierno — que el genocidio en Gaza, cuya existencia ni siquiera reconocen. Es absolutamente obsceno. Cerrar los ojos ante las matanzas perpetradas por el Estado israelí en Gaza no solo denota un desprecio absoluto por la vida de los palestinos, sino, en general, por la vida humana. ¿Qué legitimidad moral asiste a estos negacionistas para presentarse como paladines de la libertad?
En el encabezado, imagen tomada de CTXT.es — «Eurovisión», J. R. Mora
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