En medio del duelo por los fallecidos y desaparecidos tras el paso devastador de la DANA, la incertidumbre que se cierne sobre quienes lo han perdido todo, la indignación ante la nefasta gestión del Gobierno de la Generalitat Valenciana, la entrega de los servicios de protección civil y la solidaridad de cientos de voluntarios que están acudiendo en socorro de las personas damnificadas, escribo estos comentarios con el foco puesto en la necesidad de que, más temprano que tarde, se haga justicia.
“No sé cuántas tragedias van a ser necesarias antes de que la crisis climática en la que vivimos pueda ser superada, ni cuánta devastación habrá que contemplar antes de que el capitalismo extractivista, que provoca el calentamiento global, y el negacionismo climático, que es su brazo ideológico, sean eclipsados y dejen paso a una economía sostenible y a una sociedad más justa. Lo que sí sé es que, si no se cambia el rumbo, la humanidad camina hacia el colapso.” (Tomado de una conversación)
1) La DANA que esta semana ha arrasado como un tsunami localidades del Sur y Este de España y, de manera especialmente trágica, las del área metropolitana de Valencia, está directamente vinculada al cambio climático.
2) El cambio climático, derivado del calentamiento global de la atmósfera, los mares y la superficie terrestre, no solo es una realidad incuestionable, sino también uno de los grandes desafíos del presente y del futuro al que se enfrenta la humanidad.
3) El relato de la extrema derecha negacionista, con poderosos anclajes en posiciones de poder, es un compendio de bulos que tiene como objetivo eximir de responsabilidades a las grandes corporaciones que se benefician de la degradación medioambiental. Ventilar dicho relato en medio de la catástrofe que en estos momentos estamos viviendo es, sencillamente, indecente.
4) Uno de los efectos del calentamiento global es la intensificación de los fenómenos meteorológicos extremos (olas de calor, sequías, tormentas…), como la DANA, que, en el momento de escribir estas líneas, sigue activa.
4) Es evidente que fenómenos meteorológicos de esta magnitud exceden la capacidad de control del ser humano; pero eso no significa que, tomando las medidas adecuadas, los daños que ocasiona no puedan evitarse o, al menos, minimizarse. Quienes gobiernan en la Comunidad Valenciana, con Carlos Mazón a la cabeza, no lo hicieron, no por errores de cálculo, sino por negligencia.
No es una afirmación gratuita. Poco después de llegar al poder, el primer gobierno del presidente Mazón, del PP y Vox, suprimió la Unidad Valenciana de Emergencias (UVE), un organismo clave para la gestión de riesgos frente a desastres climáticos, que fue calificado como “un chiringuito” del gabinete anterior, presidido por Ximo Puig; y el pasado 29 de octubre, el día de la catástrofe, Mazón, al frente de su segundo gobierno, ya sólo del PP, minimizó la alerta roja decretada por la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) a las 7.30 horas y no dio la voz de alarma a la población hasta más de doce horas después, cuando miles de personas luchaban por mantenerse con vida en medio de las riadas. En otras palabras, puso por encima el cumplimiento del horario laboral a la vida de los trabajadores/as.
Imagen tomada de la cuenta de X de Manuel García
5) Este comportamiento deriva directamente de un proyecto político, con el PP y Vox como delegados naturales, que apuesta por la privatización de lo público y niega la emergencia climática; es decir, que se caracteriza por todo lo contrario de lo que se requiere para combatir el cambio climático y sus consecuencias catastróficas: el compromiso institucional con el cuidado del medio ambiente y el fortalecimiento de los servicios públicos de protección civil.
6) Conviene añadir que las dimensiones adquiridas por la catástrofe no fueron sólo el fruto de la pésima gestión del Gobierno de la Generalitat Valenciana. También tienen que ver con un modelo urbanístico al servicio del interés privado, que ha ignorado las necesidades sociales y medioambientales y el riesgo de inundaciones en zonas vulnerables.
7) En fin, siempre es la población trabajadora la que paga las consecuencias y, al mismo tiempo, la que saca las castañas del fuego.
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