Uruguay es un caso prácticamente único entre los países donde el cristianismo es la religión mayoritaria. La Navidad no existe como tal en el calendario oficial del Estado: el 25 de diciembre figura como Día de la Familia. La festividad se celebra en el ámbito privado, con reuniones familiares en torno al árbol, pero no forma parte del espacio público institucional. Este rasgo, que a menudo sorprende, no es una rareza reciente, sino la expresión de una tradición profundamente arraigada en la historia política y cívica del país.
Su origen se remonta a la segunda década del siglo XX, cuando Uruguay, bajo el liderazgo de José Batlle y Ordóñez, emprendió un ambicioso proceso de modernización democrática y social que incluyó, junto a reformas pioneras en América Latina —jornada laboral de ocho horas, temprano Estado de bienestar, ampliación de derechos sociales—, la separación estricta entre Iglesia y Estado. En ese contexto, una ley redefinió los días festivos nacionales, eliminando las denominaciones religiosas: el 25 de diciembre pasó a ser Día de la Familia, el 6 de enero fue rebautizado como Día de los Niños y la Semana Santa como Semana de Turismo.

José Batlle y Ordóñez, presidente de Uruguay (1903–1907 y 1911–1915)
Pese a no haberse librado del rosario de dictaduras militares de ultraderecha que asolaron la región en las décadas de 1960 y 1970, impuestas con el fin de ahogar a sangre y fuego todo proyecto de emancipación social, Uruguay logró preservar una tradición democrática estrechamente vinculada al reformismo social y al laicismo. Esa continuidad institucional, recuperada tras la dictadura, consolidó una imagen que llegó a valerle el nombre de “la Suiza de América Latina”.
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