A los tres meses de haberse iniciado el proceso de vacunaciones contra el COVID 19 y con la amenaza de una cuarta ola, la situación epidemiológica mundial es, en estos momentos, crítica. Seguimos navegando en un mar de incertidumbres. Hay un profundo desconocimiento sobre el tiempo de inmunidad que garantizan las vacunas y sobre la protección que éstas pueden brindar frente a nuevas cepas. Por otra parte, circunstancias como los retrasos en la entrega de vacunas a la Unión Europea por parte de las compañías farmacéuticas o las trombosis que se produjeron en personas tratadas con la vacuna de AstraZeneca no han hecho más que alimentar la desconfianza.
Hay dos factores que, de manera escandalosa, están marcando el proceso de vacunaciones:
En primer lugar, la tensión geopolítica desplegada por Estados Unidos y secundada por la Unión Europea frente a Rusia y China, que está impidiendo que las vacunas rusas y chinas, que se están suministrando a otros países a precios asequibles e, incluso, gratuitamente, puedan suministrarse en los países de la UE. Son estas razones geopolíticas las que explican la estrategia desinformativa sobre estas vacunas, que se inculpe a Rusia y China de utilizarlas como herramientas para extender su influencia en el mundo o que se corra un tupido velo mediático sobre las vacunas cubanas, Abdala y Soberana 2, que, en estos momentos, se encuentran en los ensayos finales. Aquí hay que vacunarse sí o sí con las vacunas occidentales, aunque incumplan contratos firmados, como ocurrió recientemente con el desplante de AstraZeneca a la Unión Europea para desviar su producción a Israel, que pagó más.
En segundo lugar, el monopolio de la producción de vacunas en manos de un número reducido de empresas farmacéuticas, estadounidenses y europeas, que, manteniendo en su poder las patentes de las mismas, están impidiendo que haya suficientes para todo el mundo.
No parece que la confluencia de intereses geopolíticos y económicos conforme el marco adecuado para superar de manera eficaz la pandemia. Es evidente que una pandemia global requiere de soluciones globales, que el riesgo de que aparezcan nuevos brotes de coronavirus hace necesaria la cooperación internacional, y ello exige la superación de intereses mezquinos y que las vacunas sean despojadas de su carácter de bienes de mercado para ser consideradas un bien común universal. Desde esta perspectiva, se hace necesario, tal como vienen proponiendo numerosas asociaciones científicas y de profesionales de la salud, agrupaciones políticas progresistas y algunos países dentro de la OMC, la suspensión, mientras dure la pandemia, del monopolio que garantizan las patentes, con el fin de dotar a los países de la capacidad para producir vacunas mediante su propia industria y, de esta forma, dejar de depender de los ritmos marcados por las grandes compañías farmacéuticas. Hay que tener en cuenta, a este respecto, que la mayor parte de la investigación científica que ha servido de base al desarrollo de las vacunas ha sido financiada con fondos públicos, es decir, con fondos procedentes de los contribuyentes, y que, por tanto, la sociedad tiene derecho a exigir que dicha investigación esté al servicio del bien común y no de las cuentas de resultados de las mencionadas compañías. Cabe preguntarse a este respecto: ¿Están la Unión Europea, Gran Bretaña y Estados Unidos trabajando realmente para proteger a la ciudadanía o para garantizar sin trabas los beneficios astronómicos de las grandes empresas farmacéuticas?
El proceso de vacunaciones está sembrado de dudas, pero hay muchas menos sobre la necesidad de vacunarse. La vacuna no es la solución a la crisis general derivada de la pandemia, pero forma parte de la misma. Negar a estas alturas que la pandemia exista o relacionarla con un plan diseñado por unos poderes maléficos para controlar a la población puede ser estimulante para la imaginación, pero contraproducente para entender las claves que explican la situación en la que estamos inmersos. La cuestión no está en “vacuna sí-vacuna no”, sino en las condiciones que son necesarias para que las vacunas garanticen una seguridad inmunológica global. Cuestión de futuro.
Hannia Campos Barrantes dice
Excelente! 👌 Un resumen muy acorde con la realidad, y como siempre te digo: tus reflexiones son lo mejor que leo, lo más acertado… Gracias 🙌
Paco dice
Efectivamente.
Digamos que las deficiencias en la distribución de las vacunas (esencialmente en la UE, porque en USA y Gran Bretaña el ritmo de vacunación es muy acelerado) ha puesto en evidencia las debilidades de Europa, relegada a agente subsidiario en la estrategia geopolítica anglonorteamericana.
El mensaje tácitamente trasmitido es, de nuevo, el de la guerra fría. No hay tercera vía: «Si compras vacunas al otro bloque, no cuentes con mis vacunas» parece ser la consigna de Trump…… Ah! no, que ya no está…. que la Casa Blanca ya está ocupada por Biden.
Una matización. AstraZeneca es la única firma que ha renunciado a cobrar derechos de patente. Obviamente esa renuncia no ha sentado bien al resto de fabricantes. Curiosamente los datos que se han difundido sobre trombosis y otros efectos secundarios se refieren todos a la vacuna de AstraZeneca. Pero resulta que las otras vacunas también están produciendo efectos secundarios (trombosis incluidas) y algunos de ellos en mucha mayor cuantía porcentual que AstraZeneca, pero tales datos apenas tienen difusión.
¿No estará siendo también Europa víctima de una guerra comercial entre colosos farmacéuticos del bloque neoliberal e ingenuamente esté situándose en contra de uno de los contendientes?
JAVIER SEGURA dice
Tengo en cuenta las observaciones para mejorar el post