
El pasado lunes 29 de septiembre de 2025, Donald Trump y Benjamin Netanyahu presentaron un “plan de paz” para Gaza. Lo hicieron en un contexto marcado por el rechazo internacional al Gobierno israelí, que se hizo visible días antes en la ONU, el reconocimiento oficial del Estado palestino por varios países europeos y una oleada global de movilizaciones para denunciar el genocidio en Gaza. En un claro intento de neutralizar la presión internacional, el plan incluye un alto el fuego, la liberación de todos los rehenes y la apertura de corredores humanitarios, medidas, todas ellas, que responden a demandas básicas de la comunidad internacional. Sin embargo, más allá de esta fachada conciliadora, el llamado “plan de paz” solo tiene de paz el nombre.

Se trata, más bien, de un ultimatum colonial que aprovecha la extrema debilidad de un pueblo devastado para promover una estrategia de “pacificación” que redefine el futuro del enclave no sobre la base de los derechos de sus habitantes, sino en función de los intereses de los agresores. ¿Qué cabría esperar de un “acuerdo” procedente de un presidente estadounidense poseído de ambiciones mesiánicas y un primer ministro israelí acusado por el Tribunal Penal Internacional de crímenes de guerra y de lesa humanidad?
Veamos las disposiciones que evidencian el carácter colonial del plan:
En primer lugar, se ha concebido ignorando por completo tanto a la población palestina y sus organizaciones representativas como al marco establecido por Naciones Unidas en la resolución de situaciones bélicas.
En segundo lugar, no reconoce genocidio alguno. La intervención militar israelí en Gaza se presenta como una guerra entre un Estado que se defiende —Israel— y un grupo terrorista —Hamás—, señalado como único culpable. Así, mientras se exige a Hamás su desarme total y su eliminación de la escena política, Israel queda exento de cualquier exigencia equivalente y mantiene intacto su arsenal militar. Es la lógica de la “guerra contra el terror”, usada para justificar intervenciones militares como las que sembraron el caos y la destrucción en Afganistán e Irak.
En tercer lugar, contempla la instauración de un gobierno definido como “tecnócrata de transición”, supervisado por una “Junta de Paz”, presidida por Donald Trump e integrada, entre otros, por Tony Blair —sí, uno de los integrantes del fatídico “trío de las Azores”—, que se atribuye, de forma unilateral, el poder de decidir sobre la seguridad y el marco de financiación y ejecución de los proyectos de reconstrucción del territorio. Una fórmula política que reproduce la estructura colonial del Mandato Británico, establecido sobre Palestina tras la Primera Guerra Mundial, y que sin duda constituye la cobertura perfecta para el proyecto trumpista de convertir Gaza en una suerte de resort vigilado, abierto a grandes inversiones y desarrollos inmobiliarios, donde lo que menos cuenta son los palestinos.
Por último, relega la creación de un Estado palestino a un futuro indefinido, subordinado al cumplimiento de condiciones impuestas por un organismo externo —la «Junta de Paz»— sin calendario preciso ni garantías reales de soberanía. ¡Una propuesta impugnada a posteriori por el propio Netanyahu!
En conclusión, es un “plan de paz” que no está concebido como tal, sino como un instrumento de control político, económico y militar diseñado para consolidar el régimen israelí de ocupación bajo nuevas formas. Así, lejos de desactivar el estado de guerra, deja intactas las condiciones para que siga enquistado en la región. Un verdadero acuerdo de paz no puede construirse sobre la lógica de vencedores y vencidos, sino sobre el reconocimiento efectivo de derechos, el respeto al derecho internacional y la participación directa de quienes habitan el territorio. Solo así podría abrirse un horizonte de paz real, no una pacificación que perpetúe las estructuras de dominio colonial.
A pesar de todo y ante el chantaje planteado por Trump de someterse o morir, Hamás aceptó negociar el pasado 3 de octubre. Las conversaciones iniciadas en El Cairo entre israelíes, Hamás, ¡aceptado como interlocutor!, e intermediarios egipcios, cataríes y estadounidenses, si bien abren una rendija de esperanza, no alteran la lógica de fondo de un plan que convierte la paz en un chantaje imperial. En estos momentos, Israel sigue bombardeando.
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