Queridos humanos: he decidido contaros mi historia:
Mi nombre real es Nicolás. Aunque no os lo creáis, mi origen se sitúa en la ciudad de Mira, en Asia Menor, territorio que hoy forma parte de Turquía. Como veis, una región de clima mediterráneo, no apta para renos ni para trineos.
Allí me nombraron obispo, en el siglo IV, y comencé a ganar fama por mi natural inclinación a la filantropía, que ejercía de forma discreta entregando regalos, especialmente a los niños, durante la noche del 6 de diciembre. Por ello, supongo, la Iglesia me hizo santo: San Nicolás de Mira.
Pasados unos siglos, las gentes del norte de Europa, conocedoras de mi leyenda, me adoptaron. En Países Bajos y Alemania me cambiaron el nombre por el de Sinterklaas. Allí empecé a saber lo que es el frío, la nieve y las noches largas. Lo que no cambió fue mi afición por hacer regalos.
Más tarde, ya en tiempos contemporáneos, los emigrantes europeos me llevaron a América del Norte. Allí, con la ayuda y el asesoramiento de un sinfín de publicistas e ilustradores, pude reinventarme por completo, consolidando la imagen del mago de barbas blancas y traje rojo, que atraviesa con su trineo tirado por renos paisajes nevados para repartir regalos a los niños la noche del 24 de diciembre.
Fue así como mi figura quedó fijada como símbolo de la Navidad, estrechamente ligada al frío y al invierno. Por eso, cuando hago mi trabajo en el hemisferio sur, donde las fiestas navideñas coinciden con el verano, las paso canutas y tengo que despojarme de mis trajes y ponerme mi bañador para soportar los golpes de calor.
Así que, desde la conciencia de que el Sur también existe y esperando no derretirme, os envío un caluroso saludo.
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