La sociedades agrarias del Neolítico estaban expuestas a los desafíos impuestos por los desastres naturales o el agotamiento de tierras. Las respuestas a estos desafíos se tradujeron en una serie de profundos cambios en la agricultura, el transporte y la fabricación de objetos y herramientas, en virtud de los cuales los modos de vida y la organización social fueron haciéndose cada vez más complejos.
Entre los años 6000 y 3000 a. C., la agricultura basada en el arado y el aprovechamiento de la fuerza de animales de tiro, como los bueyes, desplazó a la azada en el trabajo de los campos; las comunidades de agricultores se organizaron para poner en funcionamiento diques, canales y esclusas que llevaron agua a las tierras áridas y planes de drenaje que convirtieron zonas pantanosas en tierras fértiles; el transporte por tierra se transformó con la invención de la rueda y la cría de animales de tiro ( bueyes, asnos, caballos y camellos); el transporte marítimo y fluvial también se transformó con el uso de la vela; la invención de la metalurgia hizo que primero el cobre y, sobre todo después, el bronce se convirtieran en la materia prima preferida para la fabricación de herramientas, armas, ornamentos y artículos de lujo; por último, la cerámica recibió un impulso espectacular con la invención del torno de alfarería.
Todo este conjunto de nuevas técnicas vino acompañado de profundos cambios sociales. Durante la Edad del Cobre y la Edad del Bronce, la producción de bienes comenzó a depender del trabajo especializado: artesanos expertos en la fabricación de arados, carros y barcos, alfareros dedicados a la elaboración de todo tipo de recipientes cerámicos, metalúrgicos versados en la fusión, la forja y el moldeado de los metales.
La diversificación de la producción y la necesidad de obtener materias primas potenciaron los intercambios, a corta y larga distancia. Las nuevas condiciones de movilidad impuestas por el desarrollo comercial hicieron que los lazos de familia, clan y tribu se debilitaran y surgieran nuevas relaciones sociales basadas en el patrocinio y el comercio.
También cambiaron las relaciones entre hombres y mujeres. Para que los grupos sociales pudieran sobrevivir y prosperar requerían del trabajo de los jóvenes desde edades muy tempranas y, debido a las altas tasas de mortalidad infantil, las jóvenes pasaban gran parte de su vida embarazadas o cuidando a la prole. Durante el Paleolítico y el Neolítico, las mujeres pudieron combinar la crianza de los niños con las tareas de recolección y el cultivo de huertos con azadas. Sin embargo, dejó de ser así en el mundo más tecnificado que trajo consigo la invención y el desarrollo de la metalurgia. El arado, los campos irrigados y abonados, el carro de bueyes, la forja y la fundición de metales y el comercio a larga distancia generaron las condiciones materiales para que las sociedades igualitarias fueran dando paso a un sistema jerárquico asentado en el patriarcado.
Con el aumento de la riqueza crecieron las aldeas transformándose en recintos urbanos. La división del trabajo generada por la especialización se tradujo en el abandono del igualitarismo antiguo y la conformación de sociedades jerarquizadas y desiguales que denotan la existencia de líderes con una posición privilegiada. Las disputas por el control de los yacimientos minerales otorgó una nueva dimensión a la guerra, sin olvidar la exposición de las sociedades sedentarias prósperas a las operaciones de saqueo de los pueblos nómadas. Las ciudades se amurallaron y los caudillos militares se erigieron en jefes de la comunidad. Se estaban sentando las bases de la “civilización”.
En la cabecera, reconstrucción del recinto urbano amurallado de Los Millares (Almería)
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