Señalamos en el post anterior, “Charles Darwin y la Teoría de la Evolución”, que hoy en día, gracias a los estudios genéticos, está sobradamente demostrado que la teoría de Darwin sobre el origen y evolución de las especies por selección natural es cierta. Tal como explicamos en el citado post, hoy sabemos que los cambios hereditarios que tienen lugar en la evolución para ganar la batalla de la adaptación a las condiciones del medio natural, variables a lo largo del tiempo geológico, son el producto de las mutaciones genéticas por las que las distintas poblaciones adquieren su propia información genética, su propio ADN, como instrumento de adaptación.
Pondremos un par de ejemplos relacionados para clarificar el proceso: los mamuts y los seres humanos.
Hace aproximadamente medio millón de años. Europa y Asia vivieron periodos de intenso frío —las llamadas Edades de Hielo— que duraron millares de años. En ese tiempo existían varias especies de elefantes, antecesoras de los modernos elefantes africanos y asiáticos. Al sufrir los rigores de la Edad de Hielo, algunas poblaciones de elefantes adquirieron la constitución genética necesaria para desarrollar una piel velluda, iniciándose un proceso evolutivo en el que la acumulación hereditaria de las mutaciones genéticas oportunas dieron lugar a una raza de elefantes lanudos, o mamuts, que fue capaz de resistir las condiciones climáticas y prosperar más, en medio del intenso frío glaciar, que los elefantes del tipo común y que otros ancestros con un vello insuficiente para protegerse del frío.
Durante las Edades de Hielo, ya existían varias especies de seres humanos, contemporáneos del mamut, de cuya caza se alimentaban. Pero los seres humanos no heredaron abrigos de pieles, ni desarrollaron cosa alguna semejante para hacer frente a los rigores del clima. En lugar de ello, nuestros ancestros descubrieron la manera de controlar el fuego y el modo de confeccionar abrigos de pieles. Así, mientras los mamuts transmitían sus «abrigos» a su descendencia, cada generación de seres humanos tenía que aprender por entero el arte de mantener el fuego, lo mismo que el de hacer abrigos, desde sus rudimentos mismos. Se trataba de una característica que sólo podía ser transmitida de generación en generación por la enseñanza y el ejemplo.
Dicho en términos técnicos: algunos miembros del género Elephas se adaptaron al medio ambiente de las Edades de Hielo y evolucionaron a la especie Elephas primigenias, encarnada en los mamuts. Los seres humanos fueron capaces de sobrevivir en el mismo medio ambiente, mejorando su cultura material. En ambos casos, se adaptaron con éxito al medio ambiente de las Edades de Hielo.
No obstante, su historia diverge al final. La última Edad de Hielo pasó y, con ella, se extinguió el mamut. La especie Homo Sapiens ha sobrevivido hasta la actualidad. ¿Por qué sucedió así? En el cerebro está la clave.
Veamos:
El mamut se había adaptado demasiado bien a un conjunto de condiciones en particular. Cuando, con la aparición de condiciones más benignas, los bosques cubrieron las extensas tundras por las que había vagado y la vegetación templada sustituyó a la vegetación ártica en la que pastaba, el mamut perdió aquellos caracteres biológicos y genéticos que lo habían capacitado para prosperar en las Edades de Hielo (el abrigo de pelo, el aparato digestivo adaptado para alimentarse con musgo y sauces enanos, las pezuñas y la trompa constituidas para rebuscar en la nieve) que se convirtieron en fuertes desventajas dentro de los climas templados. El Homo Sapiens, por su parte, disponía del órgano fundamental para abandonar su abrigo, si sentía demasiado calor, inventar otras herramientas y optar por la caza de nuevos animales, en lugar del mamut: el cerebro. En efecto, fue la posesión de un gran cerebro, construido, a lo largo del proceso evolutivo, por una sucesión de pequeñas mutaciones genéticas que le dotaron de la capacidad de modelarse a sí mismo, lo que permitió al Homo Sapiens inventar y construir las herramientas necesarias, físicas, psíquicas y sociales para vivir y prosperar en todo ecosistema, desde el Ártico hasta el Ecuador, desde las montañas y mesetas hasta los valles, desde las selvas hasta los desiertos y llegar a conquistar el espacio.
De todo lo anterior se deduce una lección. A la larga, la adaptación exclusiva a un medio ambiente peculiar no resulta provechosa, ya que impone restricciones rigurosas y, en último término, tal vez fatales, a las posibilidades de vivir y de multiplicarse. Fue el caso de los mamuts. Dentro de una perspectiva amplia, lo que es ventajoso es la capacidad de adaptarse a las circunstancias cambiantes y ello exige el desarrollo del cerebro. Fue la razón del triunfo de nuestra especie.
Este post es tributario de las enseñanzas contenidas en la obra de Gordon Childe «Los orígenes de la Civilización».
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