El caciquismo ha sido uno de los males endémicos de la historia contemporánea española. En su formulación inicial, fue un sistema de dominación política y social formado por redes clientelares y asentado en el control fraudulento de los procesos electorales, destinado a garantizar el triunfo de los partidos del régimen —Partido Liberal y Partido Conservador—, representantes de las élites económicas, y a sostener un orden social profundamente conservador, definido por la tríada Dios, Patria y Rey.
Este sistema se fraguó cuando la revolución liberal —la iniciada con la Guerra contra Napoleón y las Cortes de Cádiz (1808–1812)— degeneró en un régimen oligárquico y caciquil, al optar la triunfante burguesía liberal, en lugar de aliarse con los sectores populares y campesinos en torno a los principios de libertad, igualdad y fraternidad, por integrarse con la nobleza terrateniente y ponerse bajo la protección del altar, el espadón militar y el trono. De este modo se consolidó una estructura social profundamente desigual que se prolongó durante generaciones y llega, con distintas variantes, hasta nuestros días.
Extremadura ha sido tradicionalmente una de las regiones más castigadas por este sistema, solo cuestionado de forma efectiva durante el Sexenio Democrático (1868–1873) y la Segunda República (1931–1936), ambas experiencias bruscamente interrumpidas por sendos golpes de Estado militares. Por eso no deja de ser significativo del tiempo que nos ha tocado vivir, ampliamente deficitario en formación histórica y memoria democrática, que los herederos políticos del sistema de dominación caciquil —Partido Popular y Vox— vuelvan a imponerse electoralmente, mientras que quienes estaban llamados a ofrecer una alternativa democrática —el PSOE— no hayan sido capaces de articular una candidatura suficientemente fuerte y competitiva para hacer frente a unas ultraderechas lanzadas al monte. Por fortuna, los resultados de Unidas por Extremadura mantienen viva la llama de los derechos humanos, frente a quienes prometen patria y quitan el pan.
Deja una respuesta