Desde hace tiempo circula por las redes sociales, sobre todo por whatsap, un tópico, que no por manoseado y reenviado en todos los formatos posibles, desde el humorístico «rancio» hasta el de la opinión neutra, se agota. Me refiero al “mantra” machacón, cansino y hostil de que “todos los políticos son iguales”, Como ocurre con la inmensa mayoría de este tipo de mensajería viral, pocos son los que se detienen en consultar la fuente de procedencia o se preguntan por los intereses que puedan estar detrás de su difusión, a pesar de vivir en un escenario en que nuestros datos personales son objeto de compraventa y pueden ser utilizados sin escrúpulos en todo tipo de campañas y con todo tipo de recursos. Al ser mensajes fáciles de digerir se les otorga credibilidad, se reenvían y punto. Nunca faltan cerebros habituados a la comodidad de las burdas generalizaciones y dispuestos a ejercer de colaboradores gratuitos. Los que patrocinan, lo saben.
Es propio de un mensaje tóxico, para obtener el favor viral en las redes, disponer de una apariencia argumental que le otorgue una mínima credibilidad. En este sentido, es evidente que el tópico que asocia a los políticos en general con la corrupción y el interés en apoltronarse en el poder y «chupar del bote», se apoya en realidades no cuestionables, como la cuantía desmesurada de los sueldos y prebendas de que gozan representantes políticos y cargos públicos, no todos (1), y la acumulación desorbitada de casos de corrupción, que, en este país, ha desafiado impúdicamente los límites de lo tolerable en democracia. Sin embargo, este fundamento real no autoriza a establecer la conclusión de que todos los políticos están cortados por el mismo patrón. Esta conexión no es más que una pirueta mecánico-deductiva, nada objetiva, que tiene, por otra parte, un claro contenido subliminal muy poco saludable y en absoluto inocente.
En efecto, la idea de incluir a todos “los políticos” en un mismo saco y atribuirles en su conjunto los males del país, sin establecer distinción alguna entre quienes abogan, honestamente, por el bien común y quienes ejercen con el objetivo, inconfesable, de poner las instituciones públicas al servicio de intereses privados-oligopólicos, tiene una serie de connotaciones que van más allá del enunciado en sí.
Por tanto, procede señalar que la idea en cuestión:
1) Sirve para desplazar del epicentro del debate político los problemas reales de la sociedad (desigualdad social, cambio climático, degradación democrática…), ocultar las causas que los generan y, consiguientemente, evitar que se cuestione el modelo neoliberal de acumulación de capital por confiscación de bienes comunes, donde radican las mismas, en perjuicio del derecho ciudadano a disponer de herramientas interpretativas que fundamenten el compromiso cívico con el progreso social.
2) Contiene implícitamente, en consonancia con lo anterior, un aval que encubre la responsabilidad de las élites que promueven dicho modelo, sustentado en el uso y abuso de las instituciones públicas para implementarlo, y, en paralelo, conlleva el menosprecio de quien pone en tela de juicio estas «reglas del juego».
3) Favorece que, ante la supuesta incapacidad generalizada de “los políticos”, los poderes fácticos (oligarquía empresarial-financiera, grandes corporaciones mediáticas, jerarquía eclesiástica, poder judicial, altos mandos policiales o militares), adquieran especial relevancia como poderes “neutros”, “apolíticos”, y dispongan de venia para intervenir en la vida social en interés propio,
4) Supone, en la medida en que la democracia se asienta, entre otros pilares, en el pluralismo político, la extensión del desprestigio de los “políticos” al de la democracia en su conjunto, lo que incide en la apatía social y la indiferencia, dos auténticos pesos muertos que históricamente operan como un freno al crecimiento personal y al progreso colectivo.
En resumidas cuentas, la sentencia de que “todos los políticos son iguales” forma parte del “pack” de falsos mitos, tópicos manidos y bulos tóxicos propios de la mensajería faCHista. No es casualidad que haya sido propio de las dictaduras fascistas declararse “apolíticas”, sin otra finalidad que la de servirse del “apoliticismo” como coartada ideológica para justificar la persecución de partidos, sindicatos, organizaciones y personas «disidentes». ¡Menudo contrasentido! Y es que no hay política más nauseabunda que la que no se reconoce como tal.
En el fondo de todo ésto hay una confusión letal: la que asocia la política, en exclusiva, a una cuestión de partidos y de líderes de partidos,instalados en un escenario al que la ciudadanía asiste como simple espectadora, cuando es algo que está presente en la vida, de forma explícita o implícita, las 24 horas del día. Pero ésta es otra historia que dejo para un próximo capítulo.
(1) Los diputados de Unid@s Podemos cobran tres salarios mínimos y el resto del sueldo lo donan a la organización u otros fines sociales. No hay que ser de Podemos para resaltarlo y hacer justicia.
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