“El caminante sobre un mar de nubes” (en alemán “Der Wanderer über dem Nebelmeer”) es uno de mis cuadros favoritos. Es obra del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich (1774-1840). Está considerada como una de las creaciones pictóricas más emblemáticas del Romanticismo.
En ella, un hombre solitario, con el atuendo y la compostura de un dandy, contempla, desde una cima rocosa, un paisaje formado por una densa niebla, que se extiende a sus pies, y, al fondo, un horizonte donde, más allá de las elevaciones montañosas, los límites se pierden en la profundidad de un cielo que deslumbra. El viajero, en primer plano y de espaldas frente al panorama que la naturaleza le ofrece, quizás una prolongación de sí mismo, induce al espectador a ponerse en su lugar y proyectar su propia reflexión ante el mundo de brumas y montañas que se despliega ante sí en infinita perspectiva.
Se trata, sin duda, de una metáfora: la soledad como privilegiado mirador para vislumbrar el propio destino, la firmeza de la roca como punto de apoyo, el abismo que revela el mar de nubes, un más allá que se adivina en el horizonte sin límites, la propia atmósfera misteriosa que transpira la obra en su conjunto. Todo ello nos invita a hacer una interpretación propia de su contenido simbólico. El arte es generoso, polisémico: permite ser leído más allá de las intenciones de los propios artistas. Por ello, enriquece la vida.
Sin embargo, por encima de las posibles interpretaciones o, precisamente por ello, la obra de Friedrich es, ante todo, una metáfora de la vida y de la historia, del ser humano que, situado ante sí mismo y el mundo, establece en su evolución nuevas metas y abre nuevos caminos. Es por ello, por lo que quiero hacer de la imagen de “El caminante…” un símbolo de este blog, siempre abierto a nuevas búsquedas y etapas.
Francisco Jesús García dice
Bravo. No en vano crear metáforas (del verbo griego metaphéro, que significa ‘llevar algo a otro sitio, trasladarlo’) es un arte en sí mismo, sea cual sea el medio expresivo, literario, audiovisual o plástico.
Y lo es porque la responsabilidad de la relación de semejanza no descansa del lado de la autoría de la obra de arte sino en la parte espectadora que, más que desencriptar la metáfora como si fuese un mensaje cerrado, la construye desde su relatividad espacio-temporal.
Si la argucia está bien diseñada, y en el cuadro de Caspar David Friedrich lo está, la metáfora es relativa, o si se prefiere, local. Donde la burguesía de mediados del diecinueve veía infinita perspectiva, la ciudadanía culta de Europa tal vez lee incertidumbre y zozobra en la que el dandy desentona.
Hannia Campos Barrantes dice
Acertadídima tu visión, una metáfora sin lugar a dudas, obra inspiradora que lleva a la reflexión, gracias 🙌 por compartir…te saluda Hannia