A raíz de la guerra EN Ucrania, se ha extendido en la sociedad la idea de que el envío de armas al Gobierno ucraniano para responder a la intervención rusa, el aumento del gasto militar de los países de la OTAN y la ampliación de la organización atlántica con nuevas incorporaciones, como Finlandia y Suecia, están plenamente justificados. Además, no son pocas las veces que, tanto en conversaciones de bar como en foros públicos, se frivoliza alegremente sobre la posibilidad de un enfrentamiento nuclear si Rusia diera un paso en falso, como si existiera un “botón nuclear” que pudiera activarse de manera automática sin que pudiera mediar en ello decisión humana alguna (léase voluntad política o diplomacia). Desde luego, las tribunas políticas y mediáticas están haciendo muy bien su trabajo. Mientras construyen el consentimiento social en torno a un relato de la guerra que la explica como un conflicto entre el bien absoluto y el mal total, soslayan que la guerra está sirviendo para que la OTAN se refuerce como nunca y se autolegitime como lo que no es, una organización defensiva, para que Estados Unidos afiance su autoridad sobre la Unión Europea y venda su gas en Europa en sustitución del ruso y para que esta ganancia estratégica se asiente en un nuevo impulso, a nivel mundial, del rearme. Es una tragedia para Ucrania, pero, también, una desgracia para todos los demás.
Hablemos del rearme, a cuyo impacto en la sociedad, de unos años a esta parte, se le presta una atención marginal.
En 1982, hace 40 años, el gasto militar mundial ascendió a 700.000 millones de dólares. Este gasto militar incluía un arsenal nuclear con un potencial destructivo capaz de acabar varias veces con la vida en el planeta, un arsenal para el que las bombas de Hiroshima y Nagasaki resultaban ser puros artefactos rudimentarios e impotentes. El fin de la Guerra Fría, tras la caída del muro de Berlín (1989) y la disolución del Pacto de Varsovia y la URSS (1991), podrían haber inaugurado en el mundo la “Era del Desarme y la Seguridad Colectiva”, pero no fue así. En vez de disolverse, la OTAN, perdida su razón de ser como alianza militar destinada a “contener el comunismo”, reformuló sus objetivos y se convirtió en una organización expansiva (incorporación, a partir de 1999, de países de la antigua órbita soviética) e intervencionista (intervenciones militares con bombardeos en la antigua Yugoslavia-1999-, Afganistán-2001-, Irak-2003- o Libia-2011-). En paralelo, el gasto militar siguió aumentando. En 2021, según el SIPRI (Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo), el gasto militar anual superó, por primera vez, los 2 billones de dólares, correspondiendo a Estados Unidos el 38% del total (801.000 millones), el 56% al conjunto de los países integrantes de la OTAN, el 14% a China (293.000 millones) y el 3,1% a Rusia (65.900 millones). A la luz de estos datos, que reflejan la clara supremacía militar de Estados Unidos y la OTAN en el mundo, ¿resulta verosímil el discurso que invoca la seguridad frente a supuestas amenazas de Rusia, China, Norte de África u Oriente Medio para justificar la necesidad de ampliar el radio de acción de la OTAN y continuar gastando en armas? En otras palabras, ¿quién amenaza a quién? Sólo un dato: según la FAO, un niñ@ muere cada 48 segundos en África Oriental en el más total de los olvidos. Mientras, se envían armas a Ucrania.
La idea que asocia la seguridad de un país con el rearme tiene una amplia aceptación social. Sin embargo, no está avalada por razón científica alguna. Durante las dos guerras mundiales de 1914-1918 y 1939-1945 todos los países tenían ejércitos para defenderse unos de otros y, sin embargo, la devastación se extendió por todos. En realidad, es una proposición que procede de un marco conceptual militar en virtud del cual hay que armarse para estar seguro. Sin embargo, las cosas no están tan claras. Hay que tener en cuenta que el rearme no sólo es el aumento de la producción de armas, sino también el desarrollo permanente de nuevas tecnologías bélicas, cada vez más letales, que, en la práctica, hacen de la defensa y la seguridad una “misión imposible”. A no ser, claro está, que la seguridad sea el sabor del triunfo por infligir más daño del recibido. Lo que realmente aporta el rearme es zozobra, incertidumbre, ansiedad ante el peligro de guerra, en suma, inseguridad.
No, no es la seguridad lo que explica el rearme. Son otros los factores: en primer lugar, la propia lógica interna de desarrollo tecnológico de la industria bélica, que no actúa a partir de la evaluación de necesidades defensivas, sino en función de los intereses del llamado complejo militar-industrial (red formada por la rama militar de los gobiernos – ministerios de defensa e interior – , el ejército y la propia industria bélica); en segundo lugar, la competencia geopolítica entre potencias, cuyo origen hay que buscarlo en la voluntad de Estados Unidos de establecer, tras la Segunda Guerra Mundial, su hegemonía a nivel mundial y de neutralizar toda presunta amenaza a la misma; en tercer lugar, la permanente vigencia de una cultura que mantiene viva la idea de “amenaza” o “enemigo” para justificar el derecho incuestionable del Estado a armarse sin límites y decidir sobre la paz y la guerra.
La inseguridad que genera el rearme no sólo está en la capacidad cada vez más destructiva de las armas o en los conflictos bélicos que alimenta y de los que se alimenta. Tal inseguridad está también en el volumen sobredimensionado de los recursos financieros que absorbe, un desembolso que opera en detrimento del desarrollo social y sostenible, en la perpetuación de la dependencia de los países compradores de armas con respecto a los vendedores y en la hipoteca que supone para el futuro, sobre todo de los países con déficits de desarrollo, la deuda pública contraída por gobiernos dispuestos a engrosar las cuentas de resultados de las grandes empresas de armamento. Son las dos caras de una misma moneda: la violencia directa de la guerra y la indirecta (estructural) del rearme, sin la cual no se explica la primera.
La seguridad es la garantía de supervivencia de un estado y de quienes en él habitan y ésta sólo puede proceder del desarme. La reducción de los armamentos dejaría sin combustible a la guerra, sin herramientas a la dinámica geopolítica de bloques y liberaría una ingente cantidad de capitales improductivos que podrían servir para abordar los grandes problemas que, en la actualidad, enfrenta la humanidad: la catástrofe climática, la profundización de las desigualdadades sociales y territoriales, con el el hambre y el empobrecimiento como manifestaciones más descarnadas, la devaluación de la democracia y los riesgos que puedan derivarse de la persistencia del Covid19 y la posible expansión de nuevas variantes. Para ello, para que el despilfarro belicista se reconvierta en recursos para el progreso civil, hace falta voluntad política y, también, conciencia ciudadana.
Las cancillerías de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN y la UE no parecen estar por la labor de dar una oportunidad al desarme. Se sabe que el único horizonte posible para poner fin a la guerra en Ucrania es que la independencia real del país se fundamente en un estatuto de neutralidad que la mantenga al margen de la OTAN y que, dentro de la propia Ucrania, se tengan en cuenta los derechos nacionales de las autoproclamadas repúblicas de la región del Donbass. Sin embargo, dichas cancillerías prefirieron sacrificar la diplomacia y apostar por la guerra, el rearme y la reactivación de una dinámica de bloques propia de la Guerra Fría. ¿Qué seguridad se ha ganado con ello? ¿La seguridad de una guerra que se puede prolongar pero no ganar; la seguridad del encarecimiento de la energía y de materias primas como el trigo; la seguridad de los recortes en inversión social derivados del aumento de los presupuestos militares; o la seguridad de la escalada bélica a la que puede dar lugar el conflicto geopolítico entre potencias (Estados unidos y sus aliados frente a Rusia y China)? La verdadera utopía no está en el desarme, sino en considerar que el rearme puede ser fuente de paz y seguridad.
El desarme no sólo es posible, es también necesario. Hoy, quizás más que nunca. Como dice Vicenc Fisas Armengol, “no se trata de plantear con simpleza la desaparición total, y de un año para otro, de los gastos militares, algo, para la mayoría de la población, ni querido, ni deseable, ni viable. De lo que se trata es, por el contrario, de sembrar la oportunidad de ir reduciendo los actuales gastos militares y de impulsar una nueva política de defensa y seguridad que haga posible esta reducción presupuestaria.” Para ello, es fundamental que la ciudadanía haga oír su voz y el desarme entre en la agenda política ocupando un lugar sustancial.
Un inciso para concluir:
En los últimos decenios, las intervenciones militares de Estados Unidos y/o la OTAN en el Sudeste asiático u Oriente Medio, el creciente peso de la industria militar sobre la industria civil y el alineamiento del propio país en el enfrentamiento entre bloques geopolíticos, han estado en la base de la lucha pacifista. Ejemplos singulares de ello fueron las protestas civiles contra la Guerra de Vietnam (1963-1975), el movimiento antinuclear de los años 80, la campaña a favor del NO en el referéndum sobre la entrada de España en la OTAN de 1986 y las manifestaciones mundiales contra la Guerra de Irak en 2003. Con la guerra en Ucrania, cambiaron las tornas y el «sistema» supo aprovecharlo. Desde un principio, impuso un único relato en el que la demonización de Rusia como amenaza global, la tragedia que sufre la población ucraniana y el enaltecimiento de Zelenski como líder de la resistencia se explotan sin pudor para legitimar el lenguaje de las armas, asociándolo a la legítima defensa, y presentar a Estados Unidos y la OTAN como protectores de la familia occidental. Una perfecta construcción ideológica que condena a la marginalidad toda opción pacifista real. Es por ello por lo que se antoja necesaria la descodificación de dicho relato y la reafirmación del desarme como un pilar básico de la seguridad colectiva. No es cuestión de ser “pro-nadie”, sino de estar por la paz.
Hannia+Campos+Barrantes dice
Excelente Javi, muy interesante, inteligente e importante tu propuesta, gracias 🙌 por compartirla. Saludos a la distancia…te mando un abrazo 🤗