Hace escasamente dos meses, la situación que estamos viviendo en estos momentos hubiera parecido una distopía propia de una obra de ciencia ficción. Desde el primer momento, resultó evidente que el desafío global planteado por la pandemia del coronavirus nos situaba en un escenario inédito, que nos abocaba a una recesión sin precedentes desde la Gran Depresión de los años 30 o la Segunda Guerra Mundial.
Estaba claro que el fin del confinamiento requeriría una salida gradual, máxime cuando todavía a día de hoy no se conoce todo sobre el virus y la vacuna exige todo un proceso de investigación antes de que pueda ser suministrada al conjunto de la población. Es éste, pues, un período de incertidumbre para personas, colectivos, empresas y trabajador@s, del que se desconoce el tiempo que puede durar, en el que habrá que caminar “sobre la marcha” y aprender a convivir con el virus.
La historia nos dice que estos períodos de incertidumbre pueden ser una ventana de oportunidad para lograr cambios estructurales que garanticen el progreso del conjunto de la sociedad; pero también nos enseña que pueden servir de caldo de cultivo para que formaciones políticas oportunistas, amparadas en fuertes redes de poder, aprovechen el miedo, el desasosiego y el dolor de la incertidumbre para señalar falsos culpables hacia los que canalizar la ira popular. Ésto último es lo propio del fascismo.
El fascismo, hoy, no aboga abiertamente por la instauración de dictaduras, al estilo del nazismo alemán, el fascismo italiano o el fascismo-católico español, sino por el empleo, en el seno del marco democrático, de estrategias políticas de inspiración fascista. Todas ellas se enmarcan dentro de un discurso que invoca mitos, como la pureza nacional o la masculinidad, al tiempo que aduce amenazas que, supuestamente, los ponen en peligro, como las atribuidas a “la izquierda”, el feminismo, los derechos LGTBI o la inmigración. Los mitos sirven para embriagar el orgullo nacional y las amenazas para desplegar, desde un falso victimismo, el oportuno programa de fobias y odios. Son las dos caras de la moneda que define el terreno en el que la política fascista puede sobrevivir: la crispación. Y en esta dinámica, la munición ya no son las balas, sino las falsedades, pensadas para suscitar juicios de valor destructivos contra todo el que sea señalado como “enemigo”, desde un colectivo vulnerable a un gobierno legítimo.
Este ascenso del fascismo recibió un espaldarazo con la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos y dispone ya en el mundo de una amplia red de seguidores, como Jair Bolsonaro en Brasil, Jeanine Añez en Bolivia, Víktor Orban en Hungría o Santiago Abascal en España. Son sólo algunos ejemplos. Es un proceso que no sólo se ha hecho visible en la expansión de formaciones de clara inspiración fascista, sino también en la incorporación en el programa de la derecha clásica de muchos de los postulados fascistas, sobre todo en lo relacionado con las políticas migratorias y de asilo, claramente discriminatorias y punitivas, y las políticas restrictivas en materia de derechos y libertades. En este país tenemos el claro ejemplo de este maridaje en los pactos firmados por el Partido Popular-Vox y Ciudadanos. Lo del “trifachito” no fue sólo un asunto burlesco.
En el actual período de incertidumbre abierto por la crisis del coronavirus en España, las medidas sociales adoptadas por el actual Gobierno de coalición han abierto una ventana de oportunidad para avanzar hacia un horizonte social de salida de la crisis. Por contra, las derechas de este país, sobre todo el PP y Vox, con fuertes anclajes en la gran patronal económico-financiera, han encontrado en el desafío global provocado por la pandemia la oportunidad para abdicar de su responsabilidad en la conformación de una vía de compromiso social y desatar una guerra unilateral contra el Gobierno, al que han llegado a acusar de engañar a conciencia, desear que el contagio se extendiera y de dejar morir a los enfermos en los hospitales. ¿De verdad les interesan los fallecidos por el drama humano que supone o como víctimas propiciatorias para obtener réditos políticos?
Este belicismo, en el que la principal víctima es la verdad, incluye los ingredientes propios de lo que, en el vocabulario geo-político, se define como “guerra híbrida”: una cobertura privilegiada de las tribunas mediáticas afines a las derechas; un frente judicial ya abierto contra la gestión gubernamental de la emergencia sanitaria provocada por el COVID19 y la colaboración de un público considerable que, en la turmix de las redes sociales, plagadas de bots y cuentas falsas abiertas por la factoría fascista, contribuyen a la difusión masiva de mensajes sin otro fin que el de suscitar juicios sesgados que señalen al Gobierno como culpable de todo. El miedo o la ira irracionales necesitan, en vez de causas, culpables bien reconocibles con los que poder desfogarse.
Tras esta guerra híbrida hay un objetivo bien claro: intentar demostrar que un Gobierno progresista es incapaz de gestionar esta pandemia, en la medida en que su éxito puede suponer la derrota moral de quienes, en la gestión de la Recesión de 2008, optaron por castigar a la ciudadanía para beneficio de las cuentas de resultados de los grandes capitales. Y es que, lo que realmente molesta de este gobierno a la derecha fascista de Vox y a la ultra del PP no son tanto los fallos que pueda cometer, sino su identificación con lo que el fascismo repudia: la cultura progresista y su defensa de los derechos sociales y ambientales.
No digo que el actual Gobierno no haya cometido errores. Seguro que sí, como también ha tenido indudables aciertos. Pero lo que es evidente es que las posiciones adoptadas por Vox y el PP, no sólo no aportan nada beneficioso, sino que, además, usurpan al debate un valioso espacio desde el que realizar críticas y aportaciones constructivas destinadas a enriquecer la acción social del Gobierno y profundizar en ella.
Durante el confinamiento no han faltado en los buzones de nuestras terminales móviles mensajes a medida de la factoría fascista, que lo único que han hecho, al menos en lo que a mí respecta, es añadir ansiedad a la ansiedad del confinamiento. Sinceramente, me preocupa esta intoxicación, así que no puedo más que recordar unos versos de la canción de Silvio Rodríguez “El sueño de una noche de verano”.
En mi sábana blanca vertieron hollín Han echado basura en mi verde jardín Si descubro al culpable de tanto desastre lo va a lamentar.
PD,- Bueno, quizás no sea para tanto.
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