Manuel y Asunción se profesaron un amor profundo e incondicional desde el momento en que decidieron compartir sus vidas hasta el final de sus días.
Cuando Manuel falleció, Asunción siguió sintiendo su presencia como la de un espíritu protector. Por eso, cada noche se apostaba en el balcón de su casa e intentaba reconocer, en el firmamento estrellado, la estrella desde la que Manuel la contemplaba y velaba por ella.
No la encontró hasta que la Muerte la visitó y la llevó en volandas hacia su nuevo hogar, en el que Manuel la esperaba con los brazos abiertos.
Todo ser humano, sea o no creyente, tiene una dimensión trascendente.
Por eso honramos a nuestros muertos y los mantenemos vivos allí donde nada muere: en la memoria.
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