La historia es la vida humana en evolución a lo largo del tiempo y en el espacio habitado. Es también la ciencia que pretende explicarla, la narración que la cuenta y la memoria que la guarda en virtud del derecho a recordar y ser recordado. Sin embargo, para determinadas posiciones retrógradas de poder es, fundamentalmente, un campo de batalla en el que hacer tabla rasa de la investigación histórica e imponer una lectura del pasado en función de los intereses de clase del presente.
Digo ésto a raíz de las declaraciones de una serie de caras visibles del frente reaccionario ibérico (1), asociando la conquista de América a una misión civilizadora, negando el genocidio indígena y tildando al indigenismo de “nuevo comunismo”. No fueron tales declaraciones fruto de un subidón pasajero en torno a la festividad del 12 de Octubre. En realidad, responden a un viejo ideario, el nacional-católico, dominante durante la dictadura franquista, según el cual la Catolicidad y el Imperio constituyen la esencia de la Hispanidad y, por tanto, las señas de identidad de la nación española.
En esta idea que identifica la nación con un pasado mítico donde la espada y la cruz confluyen, lo que menos importa es la fidelidad histórica. Su función real es la de apuntalar en el imaginario colectivo las relaciones de poder del presente estableciendo una continuidad histórica con las jerarquías establecidas en el pasado. Constituye, en otras palabras, un recurso para mantener las estructuras de poder bajo el paraguas protector de la tradición y señalar los cauces por los que debe discurrir el comportamiento social y político. La definición del 12 de Octubre como Día de la Hispanidad y su elección como el día de la Fiesta Nacional va en esa dirección.
La fecha formó parte del calendario festivo de la dictadura y se mantuvo en democracia. Su permanencia se impuso frente a quienes defendían para la celebración el 6 de Diciembre, día que conmemora la aprobación de la Constitución española en referéndum, algo que parecía más lógico. La democracia es condición para la concordia; el Imperio, por el contrario, es fuente de discordia, por conllevar siempre violencia y agravio. Pero en el proceso de transición democrática, el peso muerto del conservadurismo siguió muy vivo y la idea de Imperio quedó a salvo de la democracia.
Volviendo a las declaraciones anteriormente mencionadas. Afirmar que el motor de la presencia española en América fue la evangelización y no la sed de riquezas, negar la hecatombe del mundo indígena y señalar al indigenismo como una amenaza conforma un discurso/ficción que colisiona abiertamente con principios básicos de inclusión social y solidaridad entre los pueblos, algo que, precisamente por el pasado colonial común, debería regir las relaciones entre España y América. No es un discurso destinado a informar y hacer pedagogía, sino pensado para fundamentar el orgullo nacional en la arrogancia colonial y despojar de razón la defensa de los derechos indígenas. Lo contrario de la empatía.
Lo que la historia nos dice es que la llegada de Colón a América dio origen a uno de los grandes genocidios (exterminio directo) y etnocidios (aniquilación cultural) de la historia universal, fruto del dominio colonial sobre poblaciones indígenas y africanas, que sufrieron en carne propia el crimen, el expolio, la explotación y la esclavitud (2) Negarlo y atribuirlo a la Leyenda Negra, como si existiera una mano negra que salta de siglo en siglo con la hispanofobia por bandera, constituye un insulto al derecho a la verdad, la memoria, la justicia y la reparación. Con ello, la derecha ultramontana va más allá, no sólo de los humanistas y misioneros españoles que, como Bartolomé de Las Casas o Antonio de Montesinos, clamaron por la defensa de los indígenas y en contra de la crueldad de los conquistadores y colonos, sino del propio Vaticano que, tanto por boca de Juan Pablo II en el 2.000 como recientemente por el Papa Francisco, ha pedido perdón a los pueblos indígenas por los malos usos empleados en la evangelización. ¿Comunistas-indigenistas los misioneros y los papas?
Negar la realidad es negar las injusticias que se cometen en su seno y absolver a los responsables de las mismas. Ésta es la base del discurso negacionista del cambio climático, la violencia de género o, en el caso que nos ocupa, el carácter sanguinario de la conquista de América y el holocausto indígena. La historia como arma pretende ocultar los problemas y señalar enemigos en vez de aportar soluciones. La historia como ciencia se apoya en el valor de la verdad como fuente de aprendizaje y reparación de injusticias. La justicia sólo puede existir si se limita la concentración de privilegios. Por eso, para la derecha reaccionaria y negacionista, constituye una carga estratégica de la que se libera mintiendo.
(1) Me refiero a: José María Aznar, maestro de ceremonias. Monaguillos: Pablo Casado, Isabel Díaz Ayuso, Santiago Abascal. Toni Cantó, monaguillo de Ayuso. Espinosa de Los Monteros, monaguillo de Abascal.
(2) Es cierto que América es mucho más que las miserias coloniales. Pero, de lo que no cabe la menor duda es de que la explotación/esclavización de los pueblos originarios del subcontinente y de África en minas y plantaciones fue pilar esencial de un orden colonial, puesto al servicio de la acumulación de capital, cuyas consecuencias llegan a nuestros días.
Francisco Jesús García dice
Interesante y oportuno recordar estros hechos, por otra parte conocidos para quien haya querido prestar oídos a los historiadores. Y mucho más teniendo en cuenta que este año de gracia de 2021, el primero en que vuelve a celebrarse el dichoso desfile militar conmemorativo después de la pandemia, en una España con un gobierno de coalición izquierdas, se supone, todas las ministras y ministros de la coalición han asistido (excepto Maroto por problemas de agenda y Castell por problemas de salud) al desfile y, probablemente se han puesto en pie con la mano en el corazón al paso de la cabra de la legión.
Y es que la guerra sobre este relato -tral vez de muchos otros también- no la están ganando los historiadores.
Siempre nos quedará el consuelo de que de vez en cuando haya una pequeña avería en alguno de los reactores del desfile y, desde determinados ángulos en unos pocos instantes, una de las bandas rojas de la bandera gaseosa, con un poco de tolerancia y buena voluntad, parezca lila.