Según el marco geopolítico dominante en Occidente, un modelo político es válido siempre y cuando no ponga en cuestión las reglas del juego impuestas por la hegemonía estadounidense. Ésta es la lógica que subyace a las estrategias golpistas y de guerra sucia históricamente desplegadas contra gobiernos democráticos que, frente a la alianza entre las élites intervencionistas de Estados Unidos y las oligarquías locales, han situado la soberanía sobre la riqueza nacional en el centro de su proyecto político. Los golpes de Estado contra el Gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1954, y contra el de Salvador Allende en Chile, en 1973, son buenos ejemplos de ello.
Una guerra sucia nunca se reconoce como tal. Siempre hay fines nobles con que blanquearla, como la defensa de la libertad. Con ello se da cobertura moral a un manual de instrucciones, vigente, con las oportunas adaptaciones, desde la Guerra Fría, que incluye: campañas mediáticas de desinformación para dejar claro quiénes son «los buenos» (el frente opositor) y quiénes «los malos» (el gobierno al que se le niega la legitimidad); sanciones económicas que provoquen desabastecimiento en el país, para luego culpar del mismo al gobierno; iniciativas para aislarlo diplomáticamente; organización de protestas callejeras que permitan presentar la ofensiva golpista como un levantamiento popular frente a un “régimen” tiránico; y, como colofón, golpe de Estado, sea institucional o militar. Ésta ha sido la estrategia aplicada contra la República de Venezuela desde que, hace más de dos décadas, se pusiera en marcha la conocida como Revolución Bolivariana, liderada por Hugo Chávez.
Mural en favor del chavismo.
Desde que se inició el proceso que condujo al triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del pasado 28 de Julio en el país y desembocó en su investidura, el 10 de Enero, como presidente, la estrategia de la oposición antichavista, liderada por María Corina Machado y con Edmundo González como candidato presidencial, estuvo clara desde un principio: los resultados electorales sólo serían reconocidos como legítimos si ganaba Edmundo; si lo hacía Maduro, su victoria sería considerada un golpe de Estado. Y, ya se sabe, acusar a un presidente –o gobierno electo– de ilegítimo o golpista equivale a justificar que pueda ser derrocado mediante un golpe de Estado. Paradojas ideológicas.
Nicolás Maduro jura el cargo como presidente de Venezuela (10-01-2025)
Parece obvio, por tanto, que la operación desplegada a lo largo de este tiempo por la oposición venezolana y sus apoyos internacionales, con la Casa Blanca a la cabeza, para impugnar la reelección de Maduro y reconocer la legitimidad de Edmundo González como presidente, sin pruebas fehacientes que demuestren sus acusaciones de fraude electoral, tiene más que ver con la guerra sucia y el golpismo que con una defensa de la libertad y la democracia. Como representante de las élites empresariales, dicha oposición tiene como objetivo real –y, en gran parte, inconfesable– la toma del poder para imponer un programa neoliberal, en línea con el de las ultra-derechas latinoamericanas, como el de Milei en Argentina, que contempla la privatización de la gran empresa estatal venezolana, Petróleos de Venezuela, SA (PDVSA), la entrega de las reservas de petróleo, las mayores del mundo, oro y coltán a las corporaciones transnacionales y el realineamiento de Venezuela con Estados Unidos, con un status, de facto, semicolonial. Junto con ello, la persecución de dirigentes chavistas y la represión de las organizaciones populares. “Es el mercado, amigo”.
Trump, entre Edmundo González y Corina Machado
PD.- No se trata con lo dicho de justificar nada. Simplemente, se pretende hacer hincapié en que los amigos de Venezuela no son los que tienen el hocico puesto en el petróleo y otras materias primas valiosas, ni los que damnifican a la ciudadanía, a ambos lados del Atlántico, con estrategias mediáticas de desinformación. Una cosa es ejercer la oposición y la crítica, siempre saludables, y otra, practicar la guerra sucia. No es necesario ser chavista para entenderlo.
En la cabecera, monumento a una torre de producción de petróleo en la fachada de PDVSA en Caracas. GETTY
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