En el tiempo transcurrido desde los brutales atentados del 11-M (11 de Marzo de 2004) hasta las elecciones del 14-M me encontraba en Madrid. Tengo que decir que al observar las imágenes de la masacre servidas por las televisiones deduje enseguida, como gran parte de la ciudadanía, que podría tratarse de una acción yihadista en respuesta a la participación de tropas españolas en la ocupación militar de Iraq y la guerra subsiguiente y así lo compartí con familiares y amistades.
Desde la misma mañana de los atentados y sin prueba alguna que lo avalara, el Gobierno del PP, con Aznar a la cabeza, atribuyó la autoría del ataque a ETA y siguió haciéndolo cuando ya, desde la misma tarde de aquel día, había claras evidencias que apuntaban a un crimen perpetrado por una célula yihadista. Había en ello un perverso cálculo político: si los atentados se vinculaban con la “foto de las Azores” y la decisión de intervenir en la guerra contra Irak, el PP podía perder unas elecciones que creía ganadas de antemano, a la luz de lo que auguraban las encuestas.
Durante los días que transcurrieron entre el 11-M y el 14-M no me hizo falta escuchar la Cadena Ser para convencerme de que el Gobierno, con una potente cobertura mediática a su servicio, estaba mintiendo descaradamente. Acudí a la manifestación multitudinaria del 12M, convocada por el Gobierno, y quise acercarme a los que gritaban “¿ Quién ha sido?”. El espectáculo vergonzoso desplegado ante las cámaras de televisión por el entonces ministro del Interior, Ángel Acebes, insistiendo en la autoría de ETA cuando ya todo apuntaba en la dirección yihadista me hizo unirme a ellos.
Por motivos ajenos a mi voluntad no acudí a la concentración frente a la sede del PP la víspera de las elecciones. No fui de los convocados por el “pásalo” de los teléfonos móviles. Fue el propio Rajoy quien, torpemente, lo hizo desde su alocución televisiva en la que acusó a los concentrados de antidemócratas. Fue una concentración nacida de la necesidad de la ciudadanía de manifestar pacíficamente su indignación ante el engaño, nada comparable a un acoso. M. Rajoy estaba fuera de onda.
Nunca he tenido una filiación militante con ningún partido. Soy uno de los muchísimos españoles que nos consideramos progresistas, imbuidos de un humanismo solidario, y que no pocas veces hemos sentido reticencias para acudir a las urnas. Pero claro, el 14M no me cupo la más mínima duda. Todo comportamiento tiene un peso histórico y aquel día no ir a votar hubiera significado tolerar el comportamiento de Aznar y su gobierno en relación a los atentados y dar la espalda a las víctimas. Así que fui a Alicante, donde resido, sólo para votar. Por mucho que la caverna político-mediática siga, todavía a día de hoy, sembrando dudas, la razón histórica ha dejado claro que el detonante de los atentados del 11M fue la guerra de Irak, que convirtió a España en objetivo terrorista. Había que echar a los responsables.
Es evidente que no fui el único en pensar así. La participación ciudadana aumentó y tuvo lugar un histórico vuelco electoral. Para el PP, el triunfo del PSOE, con Zapatero al frente, constituyó un agravio que vengar y se apuntaron al montaje de la “teoría de la conspiración”, urdida por sus sicarios mediáticos (Pedro J. Ramírez, Jiménez Losantos…), que dio lugar a una campaña desinformación que constará en los anales históricos como una de las grandes estafas de la historia del periodismo español. A pesar de ello, no hay nadie que desde la propia fidelidad a la verdad de los hechos pueda negar, ayer y hoy, que no sólo fue legítimo el resultado electoral sino que, sin lugar a dudas, fue uno de los más legítimos de los que ha gozado la democracia española.
En la cabecera, imagen del Monumento en Memoria de las Víctimas del 11M. Tomado de Noticias de Madrid.
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