León Tolstói (1828-1910) escribió numerosos cuentos de carácter pedagógico en los que plasmó su compromiso con una educación basada en los valores del humanismo, la justicia social, el pacifismo y la noviolencia. “En la Ribera del Oka” es uno de ellos. Se trata, en realidad, de una parábola en la que Tolstói, de forma aparentemente ingenua, hace de una historia de caos y redención una metáfora de la guerra y del desarme, de la guerra como mecanismo autodestructivo y del desarme como fundamento de seguridad, paz y prosperidad.
Algunas veces he utilizado este cuento en clase de Historia para promover entre el alumnado adolescente un diálogo sobre la guerra y el movimiento pacifista, apoyado en cuestiones como: ¿Quién era Tolstói? ¿Cuál es la idea central que Tolstói pretende comunicar? ¿Qué simbolizan la ribera del Oka, los labradores, las familias, las viviendas, los perros y el anciano? ¿Qué idea o emoción impulsa a los labradores a hacerse con los “servicios” de los perros? ¿Qué personaje, en tu opinión, es el que mejor actúa? ¿Con qué situaciones reales se podría relacionar lo narrado en el cuento? ¿Cuál crees que es la moraleja del cuento? Siempre resultó ser una actividad fructífera.
Sin embargo, que sea un cuento infantil o «para jóvenes» no significa que no pueda ser también fuente de reflexión para l@s adult@s, máxime teniendo en cuenta el momento histórico en el que vivimos, donde todo apunta al resurgimiento de una nueva guerra fría, bien camuflada en el bombardeo mediático que acompaña a la guerra EN Ucrania. Por ello lo comparto, esperando que sea de interés, suscite un intercambio ideas y anime a compartir otros cuentos.
EN LA RIBERA DEL OKA (León Tolstói)
En la ribera del Oka vivían felices numerosos campesinos; la tierra no era fértil pero, labrada con constancia, producía lo necesario para vivir con holgura y aún daba para guardar algo de reserva. Iván, uno de los labradores, estuvo una vez en la feria de Tula y compró una hermosísima pareja de perros sabuesos para que cuidaran su casa. Los animalitos al poco tiempo se hicieron conocidos por todos los campos de la vega del Oka por sus continuas correrías, en las que ocasionaban destrozos en los sembrados; las ovejas y los terneros no solían quedar bien parados.
Nicolai, vecino de Iván, en la primera feria de Tula, compró otra pareja de sabuesos para que defendieran su casa, sus campos y sus tierras. Pero, al tiempo que cada campesino –para estar mejor defendido- aumentaba el número de perros, éstos se hacían más exigentes. Ya no se contentaban con los huesos y demás sobras de la casa, sino que había que reservarles los mejores trozos de las matanzas y hubo que construirles recintos cubiertos y dedicar más tiempo a su cuidado. Al principio, los nuevos guardianes riñeron con los antiguos, pero pronto se hicieron amigos y los cuatro hicieron juntos las correrías.
Los otros vecinos, cuando vieron aumentar el peligro, se hicieron también con sabuesos, y así, al cabo de pocos años, cada labrador era dueño de una jauría de 10 ó 15 perros. Apenas oscurecía, al más leve ruido, los sabuesos corrían furiosos y armaban tal escándalo que parecía que un ejército de bandidos fuera a asaltar la casa. Los amos, asustados, cerraban bien sus puertas y decían: -¡Dios mío! ¿Qué sería de nosotros sin estos valientes sabuesos que abnegadamente defienden nuestras casas?
Entretanto, la miseria se había asentado en la aldea; los niños, cubiertos de harapos, palidecían de frío y de hambre, y los hombres, por más que trabajaban de la mañana a la noche, no conseguían arrancar del suelo el sustento necesario para su familia. Un día, se quejaban de su suerte delante del hombre más viejo y sabio del lugar y, como culpaban de ella al cielo, el anciano les dijo:
– La culpa la tenéis vosotros; os lamentáis de que en vuestra casa falta el pan para vuestros hijos, que languidecen delgados y descoloridos, y veo que todos mantenéis docenas de perros gordos y lustrosos.
– Son los defensores de nuestros hogares- exclamaron los labradores.
– ¿Los defensores? ¿De quién os defienden?
– Señor, si no fuera por ellos, los perros extraños acabarían con nuestros ganados y hasta con nosotros mismos.
– ¡Ciegos! –contestó el anciano- ¿No comprendéis que los perros os defienden a cada uno de vosotros de los perros de los demás, y que si nadie tuviera perros no necesitaríais defensores que se comen todo el pan que debiera alimentar a vuestros hijos? Suprimid los sabuesos, y la paz y la abundancia volverán a vuestros hogares.
Y siguiendo el consejo del anciano, se deshicieron de sus defensores y un año más tarde sus graneros y despensas no bastaban para contener las provisiones, y en el rostro de sus hijos sonreía la salud y la prosperidad.
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