ESPACIO, TIEMPO, HÁBITAT
Llegar a la vida, nacer, es entrar en la historia, es decir, en un espacio y un tiempo propios, concretos. El espacio es el lugar que habitamos; el tiempo, el ritmo de nuestra existencia. El espacio habitado y el tiempo vivido enmarcan el paisaje sobre el que reposa nuestra identidad, fruto de experiencias acumuladas generación tras generación.
Ni el espacio es la dimensión infinita en la que medir distancias, ni el tiempo la línea continua en la que situar acontecimientos. El espacio y el tiempo son realidades vivas y tangibles que sostienen la experiencia de vivir. Despojar al espacio y el tiempo de su materialidad vital, del hábitat, convertirlos en abstracciones, equivale a privar a nuestro presente de las referencias, la orientación y la memoria necesarias para comprender nuestro mundo y comprendernos en él.
La historia es espacio, tiempo, hábitat.
MEMORIA Y FUTURO
No partimos de cero, ni partirán de cero las generaciones que vengan después. Nacemos con alforjas que contienen el legado múltiple y plural de nuestros ancestros, y quienes vengan después incorporarán lo que nosotr@s dejemos y, así, en el sucesivo devenir. Somos hij@s de un pasado y progenitores de un porvenir dentro de un habitat que alberga nuestra relación con l@s demás y con la naturaleza. Éste es el campo de juego de nuestras decisiones, de nuestra historia viva.
No nos confundamos, sin embargo. Del contexto en el que vivimos no se derivan determinismos, ni destinos fatales. Somos libres. De nuestras decisiones y nuestros actos depende la continuidad, el cambio o la transformación de nuestra realidad, de nuestro mundo. Siempre será posible soltar amarras para crear mundos mejores. El futuro está abierto. Podemos elegir el mejor camino, el más conveniente, desechando anclajes, viejos fantasmas de transmisión social, a la luz del pensamiento humanísta, libre, emancipador, revolucionario.
El futuro reclama cierta clarividencia.
LA FELICIDAD: ASPIRACIÓN COMUN DE LOS SERES HUMANOS.
El don más preciado de los seres humanos, de la totalidad de los seres vivos, es ….(no es perogrullo) la propia vida. Sólo podríamos renunciar a ella en circunstancias excepcionales de desesperación o en momentos límite en que entregarla podría salvar la de otr@s. La voluntad de vivir es consustancial al don natural de la vida. De nuestro albedrío depende la tarea de encauzarla.
Múltiples y variados son los anhelos en que se expresa la voluntad de vivir. Sin embargo, hay uno en el que todos nos encontramos: el anhelo de felicidad. Somos felices cuando la vida nos da lo que queremos, cuando satisface necesidades y deseos. Pero, ¿a qué nos referimos con necesidades y deseos?
Veamos:
Tendemos a convertir lo que percibimos como carencia en necesidad y lo que sentimos como impulso para satisfacerla en deseo. Es un parentesco que nos puede conducir a engaño si no comprendemos la capacidad de los púlpitos, los escenarios, las tribunas, los platós, las pantallas o los escaparates para fabricar, modelar e inocular necesidades en serie y deseos adulterados, en el que “lo diverso” claudique ante lo homogéneo, ante «lo establecido». ¿ Como queda, por ejemplo, la condición humana cuando el afán de dominio o el ansia por la posesión adquieren el rango de «necesidades naturales» e imponen el carácter “natural y humano” de deseos envilecidos, nacidos en su seno, como el placer de humillar al semejante o el de mostrar ostentación? ¿No es el primer esclavo del poder sobre los demás quien más lo ejerce?
El camino de la felicidad es el que conduce a la plenitud de nuestro ser, a la realización de nuestras posibilidades como seres racionales, emocionales, sociales y sexuados. De ahí la importancia de indagar en definir las necesidades humanas, de diferenciar entre las sirven al bienestar natural y las que lo impiden, entre las que nacen de nuestro pensamiento libre, liberado, y las que son inducidas desde convenciones sociales impuestas o intereses ajenos a los nuestros.
Hay en el ser humano una suerte de moral fundada en necesidades como la autoestima, la comunicación, el respeto, la cooperación, la libertad o la paz, que hacen posible la expansión vital hacia el pleno desarrollo de nuestro ser. En su cultivo está el fundamento de la felicidad. Considerar que la plena realización humana no puede conseguirse sin ganar o ser superior en la jungla de la competencia esclaviza los deseos bajo la coacción del miedo al fracaso o la obligación de representar el papel asignado por la posición social adquirida. No pueden ser fuente de felicidad las necesidades y deseos que atentan contra la tendencia natural del ser humano a vivir en plenitud.
De ahí que ser libres para ser felices signifique estar liberad@s de toda atadura que impida caminar hacia el horizonte de la plenitud, liberad@s del engaño que pretende usurpar a la vida su sentido.
FELICIDAD SOCIAL Y BIEN COMÚN
Somos porque somos seres sociales. La condición humana sólo puede desarrollarse en sociedad. Puede que, en determinadas circunstancias, la soledad nos libere de posibles servidumbres y nos ofrezca un merecido reposo, pero la necesidad del Otro, de la alteridad, nunca muere.
La interdependencia nos integra en el mundo de nuestros semejantes, en el género humano, la hermandad más noble. Al mismo tiempo, nuestra vida se construye en el seno de colectividades diversas, conformadas por el parentesco, la amistad, la vecindad, el trabajo, la clase social, la ideología, las inquietudes, la nacionalidad…Como individuos en sociedad necesitamos percibir nuestro yo en un “nosotr@s”, pertenecer. Ambas dimensiones, interdependencia y pertenencia, conforman la sociabilidad humana. Si ambas entran en conflicto y la necesidad de pertenencia se impone a nuestra interdependencia natural, replegándose hacia círculos cerrados y hostiles hacia “lo foráneo”, lo humano pierde en favor del sectarismo, la terrible enfermedad social, tan del gusto de quienes triunfan sembrando la discordia. Toda vida perdida es una vida perdida para los demás.
A lo largo de la historia, la sociabilidad natural del ser humano ha estado siempre expuesta al desafío de la tensión entre el afán de dominio y la necesidad de cooperación, entre el egoísmo individualista-competitivo y la solidaridad comunista, entre la alienación y el pensamiento libre.
El poder explotador, coactivo y excluyente, se hace fuerte cuando quiebra los vínculos colectivos y los valores comunitarios, cuando, bajo retóricas blanqueadoras, inocula en la sociedad sus dogmas-ficción inconfesables, cuando escenifica su estilo de vida como el mejor para tod@s, cuando canaliza el sentido de la pertenencia grupal hacia identidades imaginarias asentadas en el sectarismo y la exclusión de la diferencia.
Toda sociedad acomodada o subordinada a la pulsión depredadora del poder contra el ser humano y contra la naturaleza incuba el virus de la autodestrucción.
Al mirar a nuestro alrededor, al viajar en el tiempo y el espacio, al liberar la razón y las emociones de los servilismos que falsifican la conciencia, resplandece la fuerza de una verdad tan simple como menospreciada: los bienes necesarios para realizar la condición humana sólo pueden alcanzarse cooperativamente dentro de redes de reciprocidad. Somos felices cuando nos hacemos felices unos a otros. Lo único que el ser humano necesita es crear y garantizar las condiciones para crecer en la cultura del bien común. Sólo han transcurrido algunos siglos. Prohibido parar.
Hannia Campos B. dice
Hola Javier! Me ha encantado tu post! Nada tan excelentemente explicado sobre la felicidad! Es una total enseñanza! Quedo dispuesta a seguirla al pie de la letra! Por su claridad y veracidad sólo me queda decirte; Gracias! Con mucho cariño Hannia.