Desde el punto de vista histórico-político, el fenómeno más significativo del proceso que actualmente vivimos en España fue la irrupción en escena del movimiento 15-M, en el contexto de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de Mayo del 2011. Sus reivindicaciones tuvieron una mayor repercusión en la opinión pública y un mayor apoyo de la ciudadanía que los programas de los partidos que concurrían a las urnas. Un peligro para el “establishment”. Hoy no cabe duda de que la revuelta de los «indignados» puso sobre el tapete la necesidad de una regeneración que avanzara hacia una democracia libre del dominio del gran capital económico-financiero, combativa con la corrupción política, representativa de la pluralidad social y comprometida con la realización plena de los derechos humanos.
El origen del movimiento 15-M estuvo en la incapacidad de un gobierno nacido de la soberanía popular, expresada en las urnas, el presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, para hacer frente a las exigencias de los «mercados», es decir, de los potentados de las altas finanzas, en favor de políticas públicas que, amparadas en la coartada de la “crisis”, respondían, paradójicamente, a la praxis neoliberal que había conducido a la misma.
Conviene recordarlo. En los años anteriores a la “Gran Recesión” de 2007-2008, con la cobertura de la Ley del Suelo de 1998, elaborada por el gobierno del Partido Popular (el de Aznar, Rodrigo Rato y el propio Rajoy), los bancos suplieron la escasez de demanda de la población mediante la concesión de créditos hipotecarios a bajo interés, avalados por el sobreprecio de las viviendas, es decir, mediante el sobreendeudamiento. El resultado fue la generación de la famosa «burbuja inmobiliaria» y un empleo altamente vulnerable. La quiebra de este modelo (“contra-modelo”), a todas luces insostenible, se hizo visible en la la crisis financiera derivada de la especulación, la consiguiente contracción del crédito bancario, la quiebra de empresas, la pérdida masiva de empleos y la disminución de los ingresos del Estado.
El programa de austeridad, antisocial, presentado por el Gobierno de Zapatero como respuesta a la crisis en aquella fatídica comparecencia parlamentaria de Mayo de 2010, puso en evidencia la subordinación del poder político emanado de las urnas a los intereses de las élites que gobiernan al margen de la democracia. En vez de exigir responsabilidades a los causantes de este desastre, el Gobierno de Zapatero optó por rescatarlos, iniciando el “programa de reconversión” de la deuda privada en deuda pública (radicalizado después en el “programa de saqueo” de los gobiernos de Mariano Rajoy), cuando, paradójicamente, la deuda pública constituye el negocio más suculento de los “rescatados”. ¿Cómo no iba a explotar la indignación social ante la obligación impuesta a la ciudadanía de pagar este desfalco mientras la banca, amparada por el FMI (Fondo Monetario Internacional), el BCE ( Banco Central Europeo) y el Consejo Europeo, reforzaba sus privilegios y seguía gozando de total “libertad” para defraudar a la hacienda pública y desviar cantidades multimillonarias a paraísos fiscales, mientras, para más escarnio, la corrupción salía a flote como la enfermedad propia del “contra-modelo” que pone las instituciones públicas al servicio de los mangoneos privados?
El movimiento 15-M brotó, con toda la legitimidad moral otorgada por el derecho a la rebelión frente a la injusticia y en favor de los derechos humanos, en este escenario de exclusión de la ciudadanía social de la representatividad política y supuso un impulso decisivo en la recuperación del proyecto democrático que, más allá del reparto de poderes y del reconocimiento formal de las libertades, adquiere sentido por la inclusión, en la práctica, de las demandas populares de libertad, justicia y solidaridad.
Quienes, desde despachos alfombrados o tribunas mediáticas, pobladas de mercenarios bien pagados, criminalizaron y criminalizan el 15-M, en realidad, pretenden llevar el expolio de los bienes materiales de la ciudadanía al lenguaje que permite que ésta disponga de los elementos para interpretar el mundo e interpretarse en él. En otras palabras: quieren conservar la fuente del poder establecido: la hegemonía. ¡Vamos a quitársela!
Deja una respuesta