La elección del 12 de Octubre como el Día de la Fiesta Nacional formó parte del calendario festivo de la dictadura y se mantuvo en democracia. Su permanencia se impuso frente a quienes defendían para la celebración el 6 de Diciembre de 1978, día de la aprobación la Constitución española en referéndum, una opción más acorde con los nuevos tiempos democráticos.
Como en tantas otras ocasiones en la política española, triunfó el nacionalismo reaccionario español, firmemente anclado en los poderes fácticos del país, para el que la nación española no es un espacio de derechos y ciudadanía, sino una entidad con vida propia, anterior a la soberanía popular, que tiene en el “Descubrimiento” y el Imperio un pasado glorioso y en el Ejército el símbolo de continuidad del mismo. De ahí que la festividad se celebre con un desfile militar y no con verbenas populares, por ejemplo.
Con esta concepción de fondo, el 12 de Octubre colisiona abiertamente con principios básicos de inclusión social y solidaridad entre los pueblos, algo que debería regir este tipo de celebraciones. La empresa colombina dio origen a uno de los más grandes genocidios (exterminio directo) y etnocidios (aniquilación cultural) de la historia universal, resultado del dominio colonial sobre las poblaciones indígenas y africanas, que sufrieron en carne propia la explotación, la esclavitud, el expolio y el crimen. Las consecuencias llegan a nuestros días. No reconocerlo y asociar la idea de España como nación al recordatorio del “Descubrimiento” y la conquista de América denota una falta absoluta de respeto y consideración, no solo a la memoria de las víctimas que sufrieron la violencia y la crueldad de conquistadores y colonizadores, sino también al derecho a la verdad histórica, algo esencial para reparar las injusticias del pasado que aún perduran con la justicia del presente.
Sin duda, no es una fecha que pueda ser celebrada desde la solidaridad, el reencuentro y el compromiso con los derechos humanos.
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